Una vez superado el primer cuarto del Campeonato de Liga, con mejores resultados que sensaciones futbolísticas, la Liga nos traía uno de esos partidos que en el Camp Nou suelen ser sinónimo de buen partido, la visita del Sevilla. Un equipo de Champions que se ha asentado en la posición de alternativa a los tres grandes y que es capaz de ganar a cualquier equipo como ha demostrado en los últimos años, en los que además de auparse a la aristocracia europea reincidiendo en el éxito en "su" Europa League, ha pasado la mano por la cara de todos los grandes, aunque especialmente en el casi inexpugnable Ramón Sánchez Pizjuán.
La visita del Sevilla al Camp Nou suele coincidir con buenos encuentros en el que el juego azulgrana suele dar lo mejor de si, como ocurrió la temporada pasada con un fantástico primer tiempo. Desde que se ha aupado al primer plano europeo, el Sevilla ha pasado de ser el equipo eminentemente defensivo de antaño, a uno que aspira a discutirte la jerarquía sobre el juego y el balón, tal y como se demostró el pasado sábado, en una desapacible tarde-noche en Barcelona con lluvia y viento que, sin embargo, no deslucieron en absoluto el partido, gracias al magnífico drenaje del césped que absorbió la ingente cantidad de agua que vino cayendo en las horas previas y durante casi todo el partido.
Ernesto Valverde, ante las recientes bajas de Sergi Roberto y André Gomes, tuvo la fortuna (inmensa según se dio el partido) de poder recuperar a Iniesta para la causa. Y en su línea intervencionista dio la alternativa a un casi inédito hasta el momento Paco Alcácer, que respondió con creces al envite de su entrenador. El jugador de Torrent tuvo una doble y agotadora misión: en defensa era el interior derecho de la linea de cuatro centrocampistas, y en ataque era la pareja de Luis Suárez, facilitando a Messi dos lineas de apoyo por delante de su posición, el sábado más como vértice superior del rombo en el centro del campo en posesión de balón, que como delantero. Los dos interiores, en este caso Rakitic e Iniesta, se acercaron más a Busquets, dejando las bandas para las constantes subidas de los dos laterales, Semedo y Alba.
La primera media hora nos mostró lo mejor de la temporada hasta ahora en cuanto a juego. Un comienzo arrollador, en el que podían haber sentenciado el partido en el minuto 10, con Iniesta ejerciendo su magisterio en la zona de tres cuartos, lanzando a todos sus compañeros hacia la portería contraria con regularidad y precisión. El Sevilla que había planteado, muy al estilo Berizzo, una batalla hombre a hombre en la medular, se veía superado por la movilidad del machego y de Messi y con los dos delanteros fijando a los centrales que no podían salir en la ayuda de sus centrocampistas, con Pizarro multiplicándose como única bomba de achique al caudal de juego azulgrana.
Sin embargo, el gol llegó en un error infantil de Escudero, que intentó controlar infructuosamente con su pierna menos buena, un largo desplazamiento de Luis Suárez, dejando el balón en pies de Alcácer que definió con facilidad ante la desesperada salida de Soria. Sin más novedad en el marcador se llegó al descanso, en un escenario desconocido para el Barça de esta temporada, puesto que se había hecho acreedor por juego a un resultado mucho mejor del que mostraba el electrónico en las alturas del Camp Nou.
En el comienzo de la segunda parte, una subida de líneas del equipo sevillista, la falta de fuelle de Iniesta que redujo su influencia en el juego y demasiadas imprecisiones azulgranas, igualaron el encuentro, primero en el juego, y posteriormente en el marcador, tras un magnífico cabezazo a la salida de un corner del voluptuoso Pizarro, que consiguió ganarle varios encuentros a Messi, lo que no suele ser habitual ver.
El gol, coincidió con la salida de Paulinho por el fatigado Iniesta, y se presentaba un escenario complicado para el equipo barcelonista, pues había de volver a remar para la victoria sin la clarividencia del manchego. Sin embargo, salió a la luz en el Barça su extraordinaria alma competitiva, y durante los minutos posteriores volvió a inclinar el campo con un disparo al larguero de Piqué, y tuvo la fortuna de encontrar rápido un segundo gol de auténtico delantero de Alcácer que le marcó el desmarque a Rakitic, quien le puso con quirúrgica precisión el cuero para que se adelantara a su marcador y al portero para volver a poner en ventaja al equipo local. De ahí al final, poco peligro pese a cierto dominio sevillista, y poca pegada del Barcelona pese a contar con varias ocasiones para poder cerrar el partido.
Además del resultado y de la mejoría del juego, sobre todo en la primera parte, tras la preocupante tendencia de los últimos choques, podemos extraer unas cuantas reflexiones positivas del partido. Lo más evidente, el retorno de un inspirado Iniesta, cuya presencia ilumina el juego culé, y que desafortunadamente dura lo que permite su castigado físico, no más allá de la hora de juego. Pudimos aplaudir la vuelta del Piqué que necesita el equipo para aspirar a todo, evidenciada en sus alegres subidas al ataque durante el partido, señal inequívoca de confianza, y de los duelos ganados a los delanteros sevillistas.
También vimos algunos brotes verdes en la primera parte de Luis Suárez, desahogado por la ayuda de Alcácer, y pudiendo recibir de espaldas para habilitar compañeros mientras los centrales se tenían que preocupar de otra presencia amenazante. Sin embargo, su falta de acierto ante el gol, rozando la obsesión, hicieron que inexplicablemente el Camp Nou le brindara los primeros silbidos que recuerdo, cuando en sus peores tardes, su indomable carácter le hace extraer siempre jugo para beneficio del equipo.
Y por último, Alcácer, que aprovechó la oportunidad que le brindó Valverde para, más allá de los dos goles (lo que ocupó las portadas del día siguiente), ofrecer siempre soluciones con y sin balón en ataque y un agotador trabajo en defensa llegando en muchas ocasiones a doblar a su lateral Semedo en la contención del poderoso carril izquierdo sevillista. Puede decirse que Valverde sumó un soldado más para futuras batallas, ofreciendo la posibilidad de ese doble ariete que libere a Suárez de tener que trabajar en solitario en desmarques y fijaciones de centrales, y aportando también esa cuota de gol de primer toque, de hombre de área, que siempre aporta considerables réditos al final de una larga temporada.
El Barça se va al parón de selecciones, que tan bien le puede ir para recuperar lesionados, afinar estados de forma y descansar de este cargado calendario de miércoles-domingo continuado. Además se va con 31 puntos de 33, igualando el mejor arranque de la historia de la Liga, y con una considerable ventaja sobre el segundo, el sorprendente Valencia, y unos todavía más sorprendentes ocho puntos sobre quienes en teoría se presumían como sus rivales por el título: los equipos madrileños. A los que, por cierto, convendría no enterrar, pues, especialmente en el caso del Madrid, sería sinónimo de resurrección y Champions blanca, como otras veces ya hemos sufrido.
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