Uno ya tiene una edad, más de la que le gustaría, o incluso quisiera aparentar, y las ha visto de todos los colores. Empecé siendo un levantarrecopas como todos los de mi generación, y bien orgulloso que lo era, defendiendo al Barça en territorio comanche, siempre en inferioridad numérica y de títulos.
También viví la subida al cielo, primero con un holandés tan excéntrico como genial, cuya visión, fue sublimada mediante la sistematización por un hombre de la casa, que había enriquecido lo aprendido con su maestro, con experiencias posteriores jugando para su némesis en Holanda, Louis van Gaal, un cartesiano de muy malas pulgas, y posteriormente en el entonces ultracompetitivo Calcio, trabajando a las órdenes de Capello. Vimos cómo nos pasamos literalmente el fútbol en una temporada perfecta, seguida de otras tres en que no se podía jugar mejor al fútbol. Nunca lo volveré a ver. Lo sé y lo asumo con naturalidad.
Desde la salida de Guardiola, o puede que incluso antes, coincidiendo con el cambio de guardia en los despachos de Aristides Maillol, hay un mal que nos asola, y que se agravó en el último lustro: el cortoplacismo con el que se rigen tanto desde la directiva como desde el banquillo del Camp Nou. La sublimación de ese cortoplacismo la pudimos escuchar ayer en la rueda de prensa de Valverde en el Philips Stadium, cuando al ser preguntado por la posible alineación de los jóvenes convocados ante las ausencias, dijo: "Nuestra intención es ganar y ser primeros de grupo. No vamos a hacer experimentos". Que lejos quedan aquellas palabras de Guardiola diciendo " la diferencia es que nosotros los ponemos".
Ya con Luis Enrique, mi mayor reproche siempre fue que no era un tipo que se preocupara por el futuro del club, sino del suyo como entrenador. Aquel maravilloso primer semestre de 2015, a mi modo de ver nos hizo un daño irreparable, pues además de condenarnos a seis años más de Bartomeu, hizo que el entorno justificase cualquier decisión basada en la inmediatez, desde que la gestora fichara a Aleix Vidal y Arda cuando no podían jugar hasta el año siguiente, a dilapidar dinero por jugadores que ni siquiera venían a ser titulares, o hacer caja con las promesas de La Masía como primera opción ante la falta de perspectivas de que el entrenador del primer equipo les diese una oportunidad de demostrar si valían.
Aquel maravilloso 2015, que se prolongó en el comienzo de la siguiente temporada casi hasta la Semana Santa de 2016, donde inesperadamente sufrimos un bajón que casi nos deja sin Liga, estaba basado sobre todo en un extraterrestre en su mejor nivel, como Messi, y a otros dos cracks mundiales. Uno en el mejor nivel de su carrera, Luis Suárez y otro creciendo al abrigo del rosarino para tomar, más pronto que tarde su relevo al mando del fútbol mundial, Neymar. Pero principalmente fue por Messi, sí, por la Bestia Parda que lleva casi tres lustros haciéndonos disfrutar con una regularidad casi funacionarial en la genialidad. Aquel Messi podría haber hecho campeón a cualquiera de los 16 que pasaron la fase de grupos solo con su presencia.
Señores, debemos darnos cuenta y asumir, que llegará un día, cada vez más cercano por desgracia, en que Messi no estará. Es un deber supremo de toda persona con alguna responsabilidad en el FC Barcelona, ir adecuando al equipo y al club a ese apocalíptico escenario: el post-messismo. Y para ello nos tenemos que alejar lo máximo del cortoplacismo, y mirar con la visión del estadista, no del ejecutivo. Porque, no olvidemos nunca esto, cuando todos los que están hoy en el Barça (jugadores, técnicos y directivos) ya no estén, yo, como todos los culés, seguiré disfrutando y/o sufriendo cada semana. Este cortoplacismo, egoísta, ventajista,miope y fallido si miramos el palmarés europeo del último lustro, nos lleva lastrando demasiado tiempo y no nos deja prepararnos para ese terrible día en que Messi no se enfunde la 10.
A mi entender, solo hay una posibilidad de hacerlo menos doloroso, más llevadero. No por menos duro, no; sino por permitir agarrarnos a una realidad, una alternativa que cubra una parte del terrible vacío que dejará. Y eso pasa por la vuelta a la identidad. Esa identidad, el excesivamente manido ADN Barça, cuya única forma de potenciar es recurriendo a la gente de casa, para que puedan ser una base sobre la que volver a construir un proyecto al que se le pueda perdonar errores de juventud porque exista una identificación del aficionado con esos jugadores y ese modelo.
Cada decisión que se toma de un tiempo a esta parte, como la que puso en evidencia ayer Valverde con sus declaraciones, nos aleja de ese objetivo, a la par que el paso inexorable del tiempo nos va acercando ese fatal momento. El Barça, a diferencia de muchos otros clubes, tiene un activo de valor incalculable, su identidad. Estamos renunciando a sacar ventaja de ella con este cortoplacismo imperante, ante el que yo me rebelo. Basta ya. Si no sois capaces de verlo, haceos a un lado, y dejar que alguien con visión tome las riendas. Aunque ese es otro tema, que no se ven alternativas ilusionantes en el famoso entorno para poner freno a todo lo que estamos viviendo, con un club, oficialmente delincuente por obra y gracia de unos tipos, a los que el barcelonismo somos incapaces de desalojar hasta el día de hoy, pese a la pequeña esperanza que supuso la última Asamblea de Compromisarios.
El tiempo no lo podemos parar, pero sí que podemos tomar todas las medidas para prepararnos para el futuro, por muy negro que pueda parecernos, porque si de algo no hay duda, es que ese futuro llegará.
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