Pocas victorias me han dejado una sensación más agridulce que la de anoche en el Philips Stadion. El Barça confirmó por duodécimo año consecutivo, un registro formidable por otra parte, su clasificación como primero de grupo para Octavos de Final de la UEFA Champions League, tras derrotar 1-2 al PSV, campeón y lider de la Eredivisie que domina sin haber perdido siquiera un punto. Y lo hizo con la enésima demostración de supremacia sobre el fútbol de Leo Messi, al que bastaron media docena de detalles y uno supremo en el primer gol para tapar todas las carencias del equipo. Hasta aquí, todo lo positivo que se puede decir del partido de anoche.
En el lado contrario, podemos dividir los puntos negativos en dos registros claramente separados por el pitido inicial del colegiado. Atendiendo a la sucesión temporal, tenemos que hablar en primer lugar del enfoque que se le dio al partido. Un encuentro en el que coincidieron muchas bajas del teórico once titular, como el muy añorado durante todo el partido Arthur, Luis Suárez y la postrera sorpresa de la recaída de Umtiti, cuyo cuadro clínico comienza a tener una pinta horrible. Ello obligó a la ilusionante presencia de jugadores del filial en el viaje a Eindhoven.
Ya allí, asistimos a la lamentable rueda de prensa de nuestro entrenador, que preguntado sobre la posibilidad de que algún joven tuviera oportunidad de jugar, respondió diciendo que no quería experimentos, en una inequivoca falta de respeto a los jugadores, y haciendo gala una vez más del dañino cortoplacismo que asola al club en todos sus estamentos, como escribí ayer. Sus palabras fueron confirmadas con el hecho de que la joya de los chavales, a quien todos deseamos ver jugar con el primer equipo, Riqui Puig fue uno de los descartados en la convocatoria definitiva, debiendo conformarse con ver el partido desde uno de los cómodos palcos del estadio holandés.
¿Y acaso nos estábamos jugando la clasificación? En ningún caso, pues ya estábamos desde el anterior partido en Milan, clasificados para Octavos. Solo nos jugábamos el ser primeros, lugar que prácticamente nos asegurábamos con el empate, salvo victoria del Inter, que dejaría el último partido en el Camp Nou ante un Tottenham ya eliminado, una última posibilidad de serlo. El problema es que nos hemos creído demasiado el mantra del "partido a partido" y parece que en el club no son capaces de mirar con una perspectiva no ya estratégica, sino de la temporada en global, y no llegar a marzo con los titularísimos fundidos, y los suplentes faltos de ritmo por la falta de partidos.
A todo ello, hay que sumar, que tal y como se hizo con Umtiti el sábado en el Metropolitano, con el resultado que ayer pudimos comprobar, se forzó la reaparición de dos de los titulares que venían de lesiones musculares: el brasileño Coutinho, que sigue jugando con el freno de mano puesto, sin aportar esa dosis de genialidad que se le supone, y la niña de los ojos de Valverde, Ivan Rakitic, cuya temporada tras el Mundial y especialmente el partido de ayer está mostrando un nivel muy por debajo de lo esperado, sumando pérdidas en lugares comprometidos de manera alarmante.
Y una vez el árbitro señaló el comienzo del partido, nos encontramos ante el segundo acto del drama, el juego en si. El partido empezó con tres acercamientos peligrosos de los holandeses que fueron acertadamente abortados por Ter Stegen, que volvió por sus fueros en cuanto a la defensa de su portería, pero que estuvo errático en el juego con los pies, no midiendo bien los riesgos asumidos, al estilo del primer Ter Stegen ya olvidado que aterrizó en el Camp Nou. Estamos seguros que será un pequeño bache que superará en breve. La primera media hora fue pobrísima, con continuas pérdidas de balón, muchas de ellas no forzadas y en situaciones de pase fáciles para el nivel técnico de los jugadores azulgranas. Busquets jugaba excesivamente metido entre los centrales, lo que sumado a la excesiva altura que un Vidal, cuya movilidad vertical muchas veces ensuciaba la jugada, y al comentado desastroso partido de Rakitic, desembocaba en una absoluta falta de control. Un caos que era muy bien recibido por un PSV que encontraba fácilmente el camino hacia la portería blaugrana.
Tan solo pasada la media hora, pareció que el Barcelona, tan solo por unos minutos, se hacía con el mando, que no con el control del partido, con una serie de llegadas pelgrosas que entre el portero y los defensas holandeses bajo los palos, evitaron que se tradujeran en ventaja azulgrana. Con unos últimos achuchones holandeses, que incluso llegaron a estrellar tres balones en la madera, se llegó al descanso. Se había pasado del insulso control del Metropolitano a un intercambio inmisericorde de golpes que si bien quizás para el espectador neutral desde luego era manifiestamente más deseable que el tostón del Metropolitano, se puede considerar hasta más preocupante, porque lo que es seguro es que no fue buscado por el equipo azulgrana.
El inicio de la segunda parte pareció cambiar algo el escenario, pues dejaron de llegar los jugadores holandeses a certificar el extraño atuendo de nuestro guardameta, obligado por esas extrañas teorías cromáticas de la UEFA a jugar con una pinta más propia de un partido de padres de alumnos en el colegio por Navidad, que de una competición profesional. Y este cambio se acentuó después de otra sobrenatural acción individual de la Bestia Parda que en un segundo fue capaz de acomodarse con dos toques sutiles el balón y soltar con un tercero un latigazo a la escuadra del palo corto, absolutamente imparable para cualquier guardameta de este mundo y puede que de muchos otros. Otra genialidad cotidiana con efecto directo en el marcador y en el partido.
Así se fueron sucediendo mejores combinaciones del centro del campo y la delantera azulgrana, en el que Dembélé volvió a ser protagonista con sus luces y sus sombras, pues no acaba de finalizar todo los que genera. En una falta lanzada por Messi, de manera defectuosa como él se encargó de confirmar en el post-partido, Piqué remató con el interior ajustado al palo, para después trolear en la entrevista a pie de campo diciendo que estaba muy ensayado en los entrenamientos. Curiosamente con el segundo gol pareció que el equipo decidió tomarse el resto del partido a beneficio de inventario, y los voluntariosos jugadores, a imagen y semejanza de su entrenador, el ex-blaugrana Mark Van Bommel, en un último acto de rebeldía volvieron a asediar la portería de Ter Stegen para acabar acortando distancias con un muy buen remate de su gigantón delantero Luuk De Jong, que comparte apellido con Frankie, el deseado jugador del Ajax. Afortunadamente, ninguno de los holandeses tenía su noche y tampoco alteraron demasiado la impertérrita pose de nuestro guardameta alemán, y el partido tocó a su fin con el objetivo clasificatorio cumplido, pero un nuevo abanico de dudas sobre el juego y sobre todo la absoluta falta de control sobre el partido. Al final, para no haber hecho un experimento, casi nos sale un mutante.
Y es que ayer, si enfrente tenemos un equipo de nivel "Octavos de Final", es más que posible que nos hubiéramos vuelto con un disgusto importante. Y es que tras los visto en los últimos tres partidos, la manta que cubre al Barça es demasiado corta, ya que si cubre los pies deja al descubierto pecho y cabeza, y si cubre la cabeza nos destapamos desde los muslos. Habrá que tejer un buen trozo adicional para cumplir los objetivos de la temporada, y esperemos no conformarnos con unos remiendos que se nos puedan deshilachar en el día menos pensado, especialmente en las eliminatorias de primavera como ya nos pasó hace unos meses en Roma.
La Bestia Parda, mientras tanto, a lo suyo. Engordando el Bestiapardómetro para los amantes del Fútbol en Teletexto:
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