Tras cuatro partidos ya tenemos al Barça clasificado para Octavos de final de la UEFA Champions League de esta temporada, y si no es por el tardío empate del eficientísimo Mauro Icardi, ya lo haría como campeón de grupo. Pero la clasificación no es lo importante, sino las sensaciones que dejó anoche el equipo, imperial desde el primer minuto en un escenario donde no es fácil imponerse con semejante jerarquía en el juego, ni, como vimos al final, en el resultado.
La visita al Giuseppe Meazza traía recuerdos recientes dolorosos con aquella semifinal del volcán islandés, con el viaje en autobús tras ser duramente exigidos por el Espanyol en Cornellá, y la controvertida actuación del compatriota del entrenador local, el ya maldito entre la afición culé, Olegario Benquerença. Se le ha dado mejor al Barça, cuando el estadio ha estado en modo San Siro, y el rival ha sido el Milán, incluso en modo semifinal de Copa de Europa, como la del gol de Giuly en 2006.
Sin embargo, el Barcelona, con la novedad de Dembélé en el lugar de Rafinha, ocupando el lugar del todavía convaleciente, y acertadamente reservado Leo Messi, dejó su carta de presentación desde el primer minuto. Tras un primer ataque y presión acertada del Inter, los azulgranas respondieron con una posesión de un par de minutos, tras disparo de Dembélé, que vino a significar que se iba a jugar a lo que los chicos ayer de rosa (por cierto, increíble lo que gana la camiseta vista desde la toma televisiva, con lo fea que parecía).
Fueron casi 90 minutos de dominio absoluto, dejando apenas media docena de salidas del Inter, sin demasiado peligro en todo el partido, con un Icardi absolutamente inédito (hasta que pilló una, claro) y un batallador Perisic desesperado ante la falta de posibilidades atacantes. Si el Inter se mantuvo a flote fue por las habilidades de su portero para ir apagando incendios en forma de paradas. Y es que Handanovic, para mi, es el mejor portero underground del mundo, capaz de dejar en el banquillo durante años, nada más y nada menos que a Jan Oblak en la selección eslovena, y que en 2015, estuvo muy cerca de ser la alternativa experimentada a la juventud de Ter Stegen en el Barça, rol que al final asumió con gran acierto Claudio Bravo.
Un día más, ante la ausencia de la Bestia Parda, todo el equipo rozó al menos el notable, sumamente concentrados y liderados por un rejuvenecido Suárez, que se ha tomado casi como algo personal que se note lo menos posible la madre de todas las ausencias. El uruguayo dio un verdadero clínic de movimientos de delantero centro. Además, Coutinho, que últimamente había sido criticado por su timidez a la hora de tomar las responsabilidades que a bote pronto le debían corresponder en el escenario sin Messi, cuajó, a mi modo de ver, el mejor partido desde que llegó desde las orillas del Mersey, liderando el ataque azulgrana desde el lado izquierdo, pero ocupando la media punta por detrás de Luis Suárez, y desmontando una y otra vez a la defensa interista, tan solo mantenida en pie por el gran partido de Skriniar.
El centro del campo azulgrana dominaba la situación, amenazando el último tercio de campo de manera continuada, y robando con rapidez y asiduidad en los primeros segundos de cada posesión italiana. Atrás, un imponente Piqué y un cada día más asentado Lenglet, apretaban haca delante para evitar recepciones tras la línea de presión azulgrana, y así no dar pie a transiciones fulgurantes que pudieran llegar a encontrar a Icardi.
Parecía una cuestión de tiempo que se pusiera el marcador de cara, pero pasaban los minutos, y el gol no llegaba. Tuvo que ser el "defenestrado" Malcom, quien en su primera jugada tras sustituir a Dembélé (que una tarde más tuvo sus luces y sus sombras), se rebelara ante su ostracismo y de un buen disparo en la frontal, abriera el marcador y el liderazgo definitivo en el grupo. El chaval, lo celebró entre lágrimas, de manera entrañable más que reivindicativa, y los compañeros, desde el banquillo y el campo fueron a abrazarle en una señal de la buena salud del vestuario. A mi, que no dejo de ser un sentimental, el gesto, tan espontáneo como tierno, me ganó, y desde hoy me subo al Malcomismo con sumo gusto.
Sin embargo, una jugada tibiamente defendida en área propia, acabó en los pies de Icardi, que en su primera intervención del partido mínimamente mencionable, puso el empate. Y no es casualidad, porque en la Lega lleva 6 goles en 8 disparos, una auténtica mostruosidad. Además, corrío a por el balón para ir a por el partido en los últimos minutos, como ha pasado ya varias veces esta temporada para el Inter. Sin embargo, el Barcelona cerró el partido, consciente de lo conveniente del empate, pese al sabor agridulce del mismo, tras un partido que se enmarca entre los mejores de la era Valverde, y que a mí, personalmente, me dejó el mejor sabor de boca de la temporada. Por encima incluso de la manita al Madrid. Será que soy un poco lírico...
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