La semifinal de Copa se presentaba como un desafío exigente para el grupo de Valverde, traca final de la cuesta de enero, donde la competición copera tiene su punto álgido todas las temporadas, día de la final aparte. El Barcelona defendía una exigua, pero valiosísima ventaja, pues un gol a favor prácticamente decidía la eliminatoria, ante un Valencia que recuperaba algunas de las bajas que mermaron su potencial ofensivo en la ida. Piqué, duda tras la batalla de Cornellá, arriesgó siendo año de Mundial y a apenas 10 días del decisivo duelo de Champions contra el Chelsea, demostrando una vez más que su compromiso con el equipo (Barça y selección por mucho que moleste) está fuera de toda duda.
Valverde presentó un once casi de manual. El portero de la Copa, Cillessen, los 9 de gala y la última plaza fue nuevamente para el inexplicable André Gomes (desde hoy hereda el epíteto de Mathieu). Esta mañana, pronto, me llegaba una petición desde Zaragoza para explicar lo del portugués, y las incontables oportunidades que recibe de sus entrenadores. Mi capacidad de análisis futbolístico no llega para ofrecer una explicación convincente, pero vayamos a ello. Según cuentan, parece que André Gomes es una fiera en los entrenamientos (que no en los partidos, como todos vemos), y por ello los entrenadores le tienen en mayor estima que el resto de aficionados. También es cierto que el portugués es versátil (aunque no esté a la altura en ninguna posición a mi humilde entender), ocupa mucho campo y su físico le refiere como alternativa válida sobre el papel para partidos de mucha brega y lucha aérea. Lo cierto es que su primera parte, y en especial sus primeros 20 minutos rozaron el oprobio más absoluto como tuiteé anoche. Su cambio al descanso supuso un alivio para todos los barcelonistas. Encima en su lugar salio Coutinho (niña bonita de los culés desde ya) que a los pocos minutos marcó el gol que decidía la eliminatoria, lo que cabría suponer significa el descabello para la frágil moral del melancólico portugués.
Los primeros minutos del partido fueron un clinic extremo de Leo Messi. Llevó el partido a la velocidad que él consideró pertinente, acelerando (las menos) y pausando (las más) en función de lo que su mapa del fútbol dictaba. Por momentos andaba (despacio) con el balón en los pies avanzando, sin que ningún rival, le apretara, ahuyentados ante la práctica seguridad de ser dejados en evidencia en el envite. A su lado, Iniesta tocaba la misma partitura, y los cambios de velocidad de la circulación azulgrana eran monopolio de este celestial dúo, siempre escoltado por el imperial Busquets. Enfrente, el Valencia, un día más replegado, buscaba salir ante las pérdidas azulgranas (escasas o casi nulas de no haber alineado a André Gomes) con un sensacional Rodrigo, que en la única jugada de peligro real de la primera parte por parte valencianista enviaba un soberano testarazo al larguero de Cillessen.
Tal y como se preveía se llegó al descanso sin movimiento en el marcador. Y es que como leí hace días (disculpad que no cite, pero no he encontrado quién lo escribió): el Barcelona de Valverde cocina en las primeras partes para comer en la segundas. Un más agresivo comienzo del Valencia se truncó con una gran jugada del renacido Luis Suárez, recortando hacia afuera y poniendo en el segundo palo para que Coutinho, tirándose en tackle cruzara el balón ante un evidenciado Jaume Domenech, que acabó igual de dentro de la portería que la pelota. A partir de ahí, control de balón y posesiones largas, especialmente largas tras algún achuchón valencianista, como el que propició una parada extraordinaria de Cillessen a disparo a bocajarro de Gayá. La entrada de Paulinho nos devolvió a un escenario anterior (el de Gomes), ya que el brasileño en circulación es un jugador que más que sumar, resta. No ofrece nunca un pase en ventaja al compañero, y como lo que tocaba no era llegar, pues evidenció lo de las últimas semanas, un mal encaje en el Barça de enero. En un nuevo robo de Suárez, el uruguayo profundizó trastabillado pero con suficiente equilibrio como para habilitar a un magistral Rakitic que puso la guinda a uno de sus mejores partidos como azulgrana, en el que tuvo un 97% de acierto en el pase, fue clave en la presión altísima que evitaba transiciones y que la defensa azulgrana tuviera que girarse y correr, llegando además en numerosas ocasiones al área con peligro, como en el caso del segundo gol.
De esta guisa se llegó al final, con el Barça finalista por 5ª temporada consecutiva, lo que significa 20 eliminatorias de Copa del Rey sin ser eliminado. Y Valverde, con su cambio al descanso volvió a evidenciar que quizás sea el mejor entrenador de la actualidad en lectura de partido. Como muestra un botón, Valverde ha cambiado en 15 partidos de Liga con resultados ajustados (empate o un gol de diferencia) y ha marcado en los 15 tras los cambios. Eso es intervencionismo decisivo por parte de un entrenador al que no asusta tomar decisiones durante los partidos.
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