El Barça lleva 5 años seguidos llegando a la final de Copa. Esto en la estructura del calendario futbolístico español significa 6 semanas seguidas con doble partido semanal antes del retorno de la Champions. Un desgaste tremendo, por muy larga que sea la plantilla, además de mayor probabilidad de lesiones dada la tensión de los partidos si se trata de eliminatorias igualadas, como ha sido el caso este año. Cuando termina este periodo llega el periodo refractario o la resaca, según se quiera, antes de volver a tensionarte al máximo con la vuelta de las competiciones europeas.
En este contexto llegaba al Camp Nou uno de los rivales menos agradecidos, el Getafe de Bordalás. Un equipo con una solidez defensiva muy destacable, que no rehuye el choque, sino al contrario lo sobreexplota, pues es el equipo que más faltas realiza de todo el campeonato, en la esperanza que dada la cantidad, haya un número significativo que queden por pitar, al elevar inconscientemente el árbitro el listón.
Valverde decidió un once de administración de ventaja, donde debutaba de titular el colombiano Mina, acompañado del reconvertido Digne en el centro de la defensa. Ambos realizaron un destacable partido, sin sufrir en absoluto durante los noventa minutos, pero el equipo, consciente o inconscientemente se vio obligado a acudir en su auxilio para protegerlos, lo que unido a la presión de dos puntas que intermitentemente realizaba el Getafe a la salida de balón, acabó por instalar a Busquets como tercer central permanente en la salida de balón, alejándolo del liderazgo en la presión, y llevando la localización de la posesión un decena o más de metros más atrás de lo habitual.
Y es que el planteamiento defensivo del Getafe fue impecable. Dos líneas de cuatro, dejando la salida hacia las bandas, evitando así los huecos entre central y lateral que tan bien aprovecha Luis Suárez y cerrando con los centrocampistas los pases atrás de los laterales al llegar a línea de fondo. Todo ello, sin acularse atrás, y así evitar vivir dentro del área propia noventa minutos, algo inasumible contra el Barça de Messi.
Bien es cierto, que el gris partido del argentino, unido a la falta de habituación de Coutinho al papel de interior versión Barça, y la tendencia de Alcácer también a interiorizar su posición hacia el área, dio mucho aire al planteamiento defensivo del Getafe, que con apenas un 30% de posesión, veía como la localización de la posesión se dividía en partes iguales en cada mitad de campo.
Al descanso, menos actividad todavía de la habitual, y solo con la salida de Iniesta, que evidentemente sí que entiende esa posición de interior izquierdo, pues la ha dado forma él mismo, y la entrada de un desafortunado, pero siempre incisivo y abierto Dembelé, pudimos empezar a ver con continuidad posesiones en el balcón del área getafense. Sin embargo, el empuje, el dominio ya también en el plano geográfico además del de posesión no se tradujo en demasiadas ocasiones claras, siempre bien resueltas por la pareja de centrales en despejes meritorios o de Guaita, seguro cuando hubo de intervenir.
Un empate sin goles que seguro alegró expecialmente a mi amigo Gildrix, y que, sin ser preocupante, sí que supone un contratiempo al ver reducida la ventaja con el Atlético, que continúa ganando sin demasiada brillantez, pero sí que con regularidad. Ahora por fin llegan días de barbecho competitivo entresemana que seguro aprovecha Valverde para recuperar lesionados y tocados y para oxigenar a una plantilla que más psicológica que físicamente ha dado algunas muestras de cansancio últimamente. Veremos cómo lo gestiona el entrenador azulgrana, que vio cortada su racha de marcar tras ejecutar cambios en partido de mínima diferencia o empatados.
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