Jornada
intersemanal, visita incómoda y preludio de la próxima final de Copa del Rey en una Liga
virtualmente ganada. Estos eran los ingredientes del partido del martes en Balaídos. Poco que ganar o perder, salvo la imbatibilidad en Liga. A mi, me pilló de viaje por Alemania, cerca de Hannover de visita a unos clientes que marcaron una cena de bienvenida muy acogedora, pero que me dejó sin poder ver el partido, cuestión que se repite en exceso últimamente.
Valverde se suscribió a las rotaciones radicales y dio descanso a la totalidad del 10 titular habitual, salvo Ter Stegen, que como no es el portero de la Copa, no hacía falta que rotara. A cambio, lució el brazalete de capitán del equipo por primera vez, honrándolo con una actuación destacada un día más, pero quizás más vistosa por las muchas veces que hubo de intervenir.
Un segundo dato revelador, para algunos poco significativo, pero histórico y triste desde mi humilde posición fue comprobar como por primera vez en más de 16 años, ni un solo jugador de la cantera formaba parte del once inicial. Lejos queda aquel histórico día en campo del Levante, donde Tito Vilanova puso en liza tras una lesión de Dani Alves un once en el que todos los jugadores habían pasado por las divisiones formativas del club azulgrana. Casualidad o no, creo que es un indicador muy doloroso por significativo. No se puede pretender que salgan jugadores todos los años que puedan ser titulares en un equipo con el brutal nivel de exigencia del Barcelona, pero es que estamos hablando de jugadores que completan la plantilla, ya que estaban rotando los titulares. Y estas posiciones de la plantilla, del 14 al 22 son las que yo creo que deberían ser siempre ocupadas por jugadores de la casa, que hayan mamado desde niños el especial estilo de juego que decimos que todavía desplegamos, y la idiosincrasia de un club que cada día va perdiendo aquello que nos hizo únicos. Y es que, a día de hoy, si el Barcelona no gana, no nos queda nada, como cualquier otro club de élite. No hay nada a lo que agarrarse, y eso es una de las peores noticias de la situación actual del club.
La segunda vertiente de que no sean canteranos los suplentes es que cuesta dinero reclutarles. Y según las estimaciones que he leído, el coste del once de suplentes, era de más de 450 millones de euros. Bien es cierto que más o menos 300 vienen de Dembélé y Coutinho, que fueron comprados con la intención de ser titulares, pero no es menos cierto que jugadores como Vermaalen, Mina, Digne, Semedo, André Gomes, Paulinho o Alcácer se compraron a precio de oro para ser un fondo de armario que en contadas ocasiones hemos podido disfrutar, y sin embargo, lastran la economía del club en un escenario donde cada vez se hace más difícil competir económicamente con los transatlánticos de la Premier o los clubes con recursos provenientes de fortunas alejadas del fútbol.
Enfrente un Celta liberado de presión, con un juego alegre y un jugador extraordinario: Iago Aspas. Uno de aquellos jugadores que encuentran su lugar en el mundo, como me decía mi padre, el primigenio Culé de Chamberí, cuando era niño, y que además es a pocos kilómetros de su pueblo, Moaña. Un jugador dinámico, que se asocia, entiende el juego, tiene desborde, pase final y gol, y que se aprovechó del latifundio que quedaba entre el mediocampo azulgrana, plagado de llegadores sin demasiada disciplina posicional y unos centrales que no sabían si salirle para abrir un espacio a sus espaldas que los rápidos compañeros de Aspas y su habilidad sabían explotar. Aspas dio todo un recital de juego, siendo indescifrable para sus adversarios, y tan solo la extraordinaria actuación de Ter Stegen, impidió al 10 celtiña acabar con la imbatibilidad azulgrana en Liga.
Y es que Ter Stegen estuvo soberbio. Con esa suficiencia con la que condimenta sus actuaciones crea un aura de imbatibilidad en el adversario que magnifica sus ya de por si brutales condiciones. No es que sea muy bueno, que lo es, sino que a los contrarios les parece todavía mejor, lo que les obliga a angular disparos para evitar que sus larguísimos brazos y piernas lleguen al balón, llevando balones fuera solo por su presencia. Agrandado por su condición de capitán, dejó hasta una imagen icónica en una fotogénica estirada descolgando a mano cambiada un remate que era gol o gol. Si el Barça de Valverde triunfa por Messi, cimenta su férrea solidez en un portero que roza la perfección en muchos encuentros, ya sea actuando una o muchas veces a lo largo del partido, pero siendo siempre decisivo para bien. El alemán volvía al lugar donde le habían metido cuatro goles en las dos últimas temporadas, incluyendo un grosero error por su parte la temporada pasada que echó al traste una más que segura remontada del equipo. Pues con la actuación de la otra noche, cierra esa herida. Quizás, aparte de lo entretenido del encuentro y de mantenerse invicto en Liga, la única verdadera buena noticia del partido.
No hay comentarios:
Publicar un comentario