Dicen las lenguas antiguas que la Historia la escriben
los vencedores. Desde anoche ha quedado claro que la de esta Champions 17-18 no
será glosada por ningún juglar de la hoy magullada y deprimida corte culé. Una imperial
Roma sí que escribió una inolvidable y brillante página de la suya, impidiendo
con una tan merecida y contundente como inesperada remontada el paso del César
blaugrana del Rubicón de los cuartos de final de la Champions por cuarta vez en los últimos cinco años.
Este César barcelonista venía marcando, desde la estival Supercopa, una impoluta campaña por tierras
hispánicas y también se paseaba invicto en sus incursiones más allá de los Pirineos. Apenas una intrascendente derrota en Copa, tardía y por la mínima, ante el rival ciudadano, rápidamente compensada en la vuelta era lo más parecido a una decepción que se había vivido desde agosto. Sin embargo, probó con un trago largo el amargo sabor de la derrota, por primera vez definitiva, a orillas del Tiber, precisamente donde el primer Barça de Guardiola se coronó rey de Europa allá por mayo de 2009, con Messi sobrevolando sobre la meta de Van der Sar. Guiños del destino.
Pese a la más que jugosa ventaja, obtenida de manera un tanto abrupta en la ida, Valverde repitió once, incluyendo tocados y apercibidos, para intentar evitar, como explicó en la víspera que ocurriera algo extraordinario, como al final acabo aconteciendo. Di Francesco, por su parte, en un magistral planteamiento, dispuso una línea de tres atrás, liderada por un extraordinario otra vez Manolas, adelantando las líneas casi de manera suicida, pero creyendo desde el primer minuto en la verosimilitud de la gesta. Acompañó a Dzeko, con un delantero adicional, Schik, que nunca fue detectable para la zaga blaugrana, y que ganó una vez y otra la partida por alto a Jordi Alba, lo que produjo que Umtiti, en uno de sus peores partidos, quedara en tierra de nadie, jugada tras jugada, entre el apoyo a su lateral, y la ayuda a su compañero en la zaga, Piqué, al que el delantero bosnio de la Roma le dio una de las peores noches de su carrera. El central francés acabó por no hacer ni una cosa, ni la otra, a lo que sumó una imprecisión nunca vista esta temporada en la salida.
Un Busquets sensiblemente disminuido físicamente veía como le pasaban una y otra vez los balones por encima en las dos direcciones. Desde el lado romanista para buscar por arriba en largo con gran acierto a sus dos delanteros, y por el lado azulgrana, desde Ter Stegen, incapaz de encontrar compañeros en corto y obligado a jugar en largo para perder la inmensa mayoría de las segundas jugadas por la distancia del centro del campo con la delantera. Un auténtico disparate.
Arriba, Iniesta, en el que parece podría ser su última y triste aparición en competición europea, nunca pudo asentar una sola posesión en campo contrario, y Messi, visiblemente mermado (creo que muscularmente está tieso) tampoco recibió un solo balón en ventaja en tres cuartos. Absolutamente desaparecido el rosarino, se limitó a un par de faltas y dos disparos a puerta con poco peligro en la segunda parte. Una noche más, como en cada eliminación europea desde 2007, el equipo no lo rescató como tantas veces hace él con el equipo. Por último, Luis Suárez. Voluntarioso, pero desacertado y superado físicamente una vez más por Manolas, dio muestras preocupantes de declive, y no fue en ningún momento una amenaza parar el señalado Allison, que no tuvo que hacer una sola parada de mérito en todo el partido.
Los romanos, liderados por el reaparecido Nainggolan, un gladiador heredero de la mejor época del Coliseo, y el capitán De Rossi, dignísimo portador del brazalete y continuador de la estirpe de grandes capitanes romanistas, de los Totti, Giannini, Conte o el malogrado Di Bartolomei, ejercían de émbolo para la presión, dejando desnortado a todo el equipo blaugrana (ayer azul celeste), en un desbordante ejercicio físico y de liderazgo. La estrategia, simple pero efectiva, de buscar el balón largo, especialmente sobre Dzeko, magistral y decisivo, para llegar desde la segunda línea en la descarga del bosnio, recibió un plus de legitimidad con la llegada del primer gol, casi en el primer acercamiento a la puerta de Ter Stegen. Hasta entonces, apenas cinco minutos, parecía que el Barcelona imponía su jerarquía con unos primeros sustos de Sergi Roberto y Messi. Desde entonces, y prácticamente hasta el tercer gol giallorosso, nada más de un Barcelona, superado en todas las líneas, y que apenas se mantuvo a flote por las paradas de su portero.
Se llegó al descanso con un todavía beneficioso 1-0 para los intereses azulgranas, en la esperanza que el ímpetu romanista cesara con el paso de los minutos si se mantenía el resultado. Pero el enésimo balón largo en vertical para Dzeko, acabó en un clamoroso penalti de Piqué, que el capitano De Rossi, transformó en el segundo. El tercer gol, era una cuestión de tiempo, dada la inercia. Y tras un par de llegadas claras de los delanteros locales llegó en un córner pésimamente defendido al primer palo, donde llegó, para mi, uno de los grandes triunfadores de la eliminatoria, Manolas, que además de imponer su exuberancia física en su zona, se permitió el lujo de sellar una remontada que los hoy niños de la Roma contarán a sus nietos dentro de muchas décadas. Una noche en la que consiguieron derrumbar a un gigante blaugrana, que cayó a los pies de los impetuosos lobos romanos, sin más reacción que un par de llegadas tardías, que solo inquietaron a los exultantes corazones de los aficionados de la Roma, que se dispusieron a festejar una noche que bien lo mereció.
Al final, el Barcelona, cayó de un forma inesperada por lo que venía demostrando en solidez durante la temporada, pero bien es cierto que le faltó cierta grandeza en la derrota, como también le ha venido faltando en la victoria durante la temporada. En mi fuero interno sabía que el equipo no estaba en condiciones de luchar una Champions, y menos con el estado físico por la carga de partidos que los jugadores más influyentes tienen en las piernas, pero también pensaba que por qué no, aunque fuera una sola vez, el Barcelona podía ganar una Champions sin necesitar ser el mejor con claridad como ha ocurrido en todos los títulos anteriores. Los que me conocen, saben que tengo una frase que describe bien eso: nunca he visto ganar al Barcelona algo que no mereciera. Y creo que tendré que seguir esperando para verlo.
Las reflexiones más profundas de este nuevo descalabro europeo, sus implicaciones en el corto y, sobre todo, medio y largo plazo creo que merecen todavía unas horas más de reposo y reflexión. Una vez convenientemente rumiada la inesperada eliminación, intentaré exponerlas en un post algo más extenso.
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