El Barça se presentaba en la última jornada de la primera vuelta, ya como holgado Campéon de Invierno (título honorífico cuyo término este año parece haber caído en desuso), y tras la derrota del comienzo de la tarde del Manchester City, ya como el único equipo de las grandes ligas europeas invicto. Ante ellos, la, estadísticamente en la última década, visita más difícil del Campeonato: Anoeta, donde año tras año, el mejor Barça de la Historia había sido incapaz de ganar, ya sea con Guardiola, Tito o Luis Enrique de entrenador, si bien éste último sí que lo consiguió en su competición fetiche, la Copa del Rey.
Valverde, como en él es habitual, había diseñado una alineación y disposición táctica intervencionista, con todo el músculo y la envergadura disponible en el medio campo, y con André Gomes y el paradójico Paulinho, anclados en bandas para por superioridad física conseguir salida de balón en largo si la presión txuriurdín era agobiante como se presumía. Así, salió el equipo en unos muy prometedores primeros diez minutos, donde Messi era encontrado con facilidad, los laterales progresaban y Luis Suárez daba muestras de su recobrada forma. Sin embargo, como habitualmente ha venido pasando en estos años, el primer disparo de la Real Sociedad los puso en ventaja, tras un buen centro de Xabi Prieto, sensacionalmente rematado a la escuadra tras bote en el resbaladizo césped por William José, quien entregó una excepcional actuación en los primeros 45 minutos, como muchos compañeros realistas.
Por primera vez en mucho tiempo (quizás desde la vuelta de la Supercopa en el Bernabé), la intervención de Valverde fue contraproducente. Y es que a partir de ese gol, el partido tomó un claro color blanquiazul, el Barcelona notó el golpe y sin verse desbordado como ocurrió la temporada pasada, sí que sufrió mucho durante el resto del primer tiempo. Los dos contra uno del magistral Xabi Prieto y el prometedor Odriozola contra Jordi Alba, abandonado a su suerte por André Gomes, eran un filtro constante de llegadas. Por el otro lado, el inteligentísimo William José, caía para hacer patente su superioridad física frente a un sufrido Sergi Roberto, aguantando balones y cambiando constantemente el juego al lado fuerte de la Real, para a continuación cargar el área como en el primer gol. Zurutuza (uno de los mejores jugadores desconocidos de la Liga), Illarra (mostrando de nuevo su nivel selección), un remembrante de tiempos lejanos Canales y el punzante Juanmi, completaban el catálogo de dolores de cabeza de Valverde, que veía como el equipo era incapaz de conectar con Messi y, además, recibía un segundo gol que ponía muy caro mantener la imbatibilidad sobre las 21.15.
En ese momento, quizás en el único momento de lucidez del ataque azulgrana, un buen desmarque de Suárez y una llegada de Paulinho en su lugar de productividad distinta de cero, el área, acortó distancias, dejando lleno de dudas el camino a los vestuarios del equipo donostiarra. Si a eso, le sumas un Valverde que no estaba dispuesto a perder el duelo de pizarras, el comienzo de la segunda parte pareció desde el primer minuto otro partido. Busquets descendió para jugar entre los centrales, desatascando la salida desde abajo, los interiores se cerraron, los laterales volvieron a llegar arriba y el equipo empezó a encontrar a Messi, quien en una galopada conduciendo, habilitó a Luis Suárez para que éste, de manera tan sútil como genial, elevara de rosca por encima de Rulli para empatar el partido.
Además, la línea de centrocampistas en fase defensiva se colocó en línea de cuatro, reduciendo la presión, pero junto con el empuje de los defensas, en especial Vermaalen, que dominando por arriba y en constante anticipación, cerraba el espacio a espaldas de los mediocampistas, produciendo un atasco en el ataque realista que notó en demasía la lesión de Zurutuza.
El partido se inclinaba de manera clara del lado azulgrana. Si bien, el juego no era brillante, y menos todavía para los nostálgicos como yo, hay que reconocer que la sensación de poderío que ofrece el Barcelona en los segundos tiempos es algo digno de mención. Defensivamente, inexpuganbles, no necesitó más intervención de Ter Stegen, y las llegadas al área iban goteando. Y la entrada de Dembélé, todavía por integrar en el engranaje dio aire a la banda derecha, y llegaron el tercer y el cuarto tanto, con la misma sensación de facilidad como de inevitabilidad, para cerrar un partido que se puso muy cuesta arriba, y que cierra una primera vuelta, de sobresaliente cum laude de Valverde y sus chicos.
Además fue un triunfo contundente sin un Messi excesivamente influyente, más allá del gol de falta, cuyo golpeo nadie puede cansarse de ver repetido por la altura que coge el balón y la velocidad a la que baja el balón para alojarse en la escuadra. Quien sí que estuvo influyente, además del ya mentado Vermaalen, quien ejerce incluso de líder de la defensa por encima de Piqué, fue Sergi Roberto, cuyo mérito se engrandece al tenerse que sobreponer a la exposición a la que se vio sometido en el primer tiempo por las caídas a su posición de William Jose. El de Reus, con sus ya tradicionales conducciones, es un arma diferente en el ataque, que sumar a su llegada a línea de fondo y su calidad a la hora de poner el balón en franquía para sus compañeros desde allí, levantando siempre la cabeza antes de tomar una decisión que suele coincidir con la más conveniente en cada una de sus jugadas en profundidad.
Valverde sigue sumando méritos, y se queda solo en el olimpo de los invictos tras la derrota de Pep Guardiola ante Jurjen Klopp y su Liverpool, que no echó en falta al recientemente traspasado Coutinho.
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