Repasando hace pocos días las entradas del Blog, la verdad es que me estaba quedando un bucólico panegírico del fútbol, incluso rozando lo fatuo. Y todo el que le ha dado un poco a esto sabe que hay un lado oscuro. Ese lado oscuro del fútbol es muchas veces inconscientemente apartado o diluido por la propia mente. El cerebro del futbolero desarrolla inteligentes anticuerpos ante situaciones como la que me tocó vivir el pasado sábado, evitando así, la retirada masiva de futbolistas amateurs. Son situaciones que suelen venir, curiosamente, tras haber alzado en exceso la testuz. Viene el fútbol, el puto fútbol, y te calza una hostia en forma de media docena de goles en contra, que te recuerdan cuál es tu sitio.
La semana ya venía con media estocada en las agujas. Había pasado la segunda mitad, desde el miércoles más o menos, destemplado; con temblores y tiritonas cuando salía del despacho hacia el coche, desde el garaje a casa y se veía claro que la gripe andaba, agazapada en cualquier esquina, esperando para darme el golpe de gracia y postrarme en la cama para unos cuantos días. Al final, conseguimos darle esquinazo, y llegamos, digamos que dignamente, al sábado por la tarde.
Tras dejar a las niñas en casa del Campeón, con las suyas, nos pusimos camino al campo para jugar el penúltimo partido de la primera vuelta del Campeonato, comentando que con los seis últimos puntos que nos quedaban, que considerábamos factibles, llegaríamos en una posición magnífica para certificar la permanencia en la segunda vuelta, una vez comprobado que tampoco es que hubiera ningún Brasil del 70 entre los rivales. Hablamos también, error garrafal, que si quitábamos los dos primeros partidos, en los que habíamos pecado de noveles, estábamos en los mejores números defensivos del Campeonato. Hablar de esto y recibir media docena, ¡kagüentó!
Ya desde el calentamiento la cosa se torcía. Temperatura fría y humedad me tenían tan destemplado como toda la semana, los focos, como casi siempre en malas condiciones, hacían desaparecer la pelota en balones cruzados relativamente sencillos de atacar, convirtiéndolos en imposibles. Y encima, me hice daño en un dedo al final del calentamiento, mala señal. Eso sí, eramos 16; situación que juro no recordar la última vez que pasó.
Empezó el partido, y el fútbol salió dispuesto a ponerme en mi sitio bien rapidito, casi diría que con prisas. Salimos fríos, descolocados, faltos de concentración, desconectados del partido, y en (casi) la primera jugada de ataque, entran fácil al área, no acertamos en cortar ni despejar, y su delantero solo a bocajarro, fácil, me pone la primera vacuna.
Piensas, mal empezamos... pero queda tiempo para arreglarlo. Arreglarlo, eso fue lo menos malo de toda la noche. De ahí, para adelante, todo son desgracias y errores, muchos míos, para que vamos a andarnos con paños calientes. En el segundo tiro a puerta, un balón de 25 metros, bien tocado pero facilísimo, no sé que pasa pero se me escapa entre los dedos cuando estaba ya casi blocado y entra. 2-0.
La siguiente jugada, se lesiona el Capi, y entra Guille, el tío de largo más seguro con el balón en los pies. Pues bien, (casi) la primera bola que toca, al pasar atrás deja solo al delantero de ellos, que fácil, la vuelve a poner en la jaula. Tercera vacuna. Y antes del descanso, una salida de balón sencilla entre portero y defensa, acaba en los píes de un contrario que desde más de 30 metros, me pilla adelantado; reculo lento, salto a destiempo, pues el balón venía más lento de lo que calculé, y pese a tocarla, entra mansamente para dentro. 4-0 y al descanso. Un jodido desastre.
Pero ahí no acaba la cosa, en la segunda parte, tras por fin parar una, en otro intento de vaselina del delantero, que nunca se había visto en una de estas, salgo jugando con el pie, la toco mal y se la dejo a un contrario que a puerta vacía, me hace el quinto. Y unos minutos más tarde, tras acortar nosotros, grito a mi defensa, quizás un tanto tarde, en un balón cruzado a la frontal del área que acaba en los pies del feliz delantero, que espero al menos tenga que cotizar en el IRPF todos los regalos que recibió en 90 minutos. Ahí estaba la media docena, y el fútbol meándose en tu cara, regodeándose de tu conversación previa al partido con lo de los mejores números defensivos. ¡Ahí los tienes, figura!
Al menos los chicos tuvieron un rato de juego y pusieron un digno 6-4 que maquillaba el rapapolvo, y hasta en algún momento, a falta de algo menos de 10 minutos, ponían un tanto nerviosos a los contrarios. Típicos tipos simpáticos cuando ganan, (que diría mi amigo Luke) y profundamente desagradables cuando un partido se les complica. Hubiera sido gracioso que hubiera entrado un quinto, a ver qué cara se les quedaba a los de la media docena. Pero me temo que tendremos que esperar hasta allá por mi cumpleaños, en mayo, para hacerles un Iñigo Montoya. Que se preparen para morir, que tiempo tienen.
Pero no penséis que esto iba a quedar mínimamente poético, porque esa media docena no era la última palabra que el puto fútbol tenía para mi. Esa media docena me servía en bandeja un post suficientemente literario para mi crónica, una especie de autofustigación lírica, que él, el fútbol no estaba dispuesto a ponerme en bandeja. Le quedaba todavía un final al nivel del vapuleo previo, y un par de contras en los últimos 5 minutos, acabaron en sendos mano a mano, que a modo de descabello, descabalgaban esa alusión a la media docena, con dos pinchazos certeros, puntilla para uno de esos días, en los que te acabas por alinear con tu padre, que no para de repetirte que ya no tienes edad para andar jugando por ahí.
Pero, hasta en estos días, el fútbol te deja una salida honrosa, como hasta ahora siempre ha hecho; volver a insertar moneda el próximo fin de semana, calzarte las botas, ajustarte los guantes para poder tomarte cumplida revancha, y volver a disfrutar haciendo lo que te gusta: jugar al fútbol. Y hasta el día de hoy, todas mis revanchas fueron objetivamente mucho más intensas que los sinsabores que las precedieron. Y por muy devastadores que éstos fueran, al final, solo son parte del aprendizaje que en el fútbol y en la vida nunca te muestran su punto final, sino el seguido. Y que así sea por mucho tiempo.
Nota: Pido perdón por los excesos verbales de la crónica, impropios de un hombre cultivado, ilustrado, padre de familia y suficientemente adulto. Son hijos de la desesperación, del desconsuelo y de la intesidad con la que uno, pese a las canas que ya peina, más en la barba que en la despejada frente, sigue viviendo los partidos. Y ya viene siendo un poco tarde para cambiarme, creo yo.
Jajajajajaja!!! GRANDE!!!! Mientras leía pensaba que habías borrado de tu memoria los 2 últimos goles.....pero no te preocupes, como bien dices, lo mejor de todo esto es levantarse, y tomarse cumplida revancha con el puñetero futbol......cómo jode perder, como diría aquél!!! ;-)
ResponderEliminarAsí será, y lo sabes...
EliminarLa clave fue la lesión del Capi
ResponderEliminarque partido mas raro, es la primera vez que nos veo sin competitividad ninguna,todo lo que podía salir mal, salió peor
ResponderEliminarEsperemos que sea apenas un accidente, pasajero y aislado.
EliminarTú, ¿como andas?¿Crees que llegas al finde para la revancha?
Hemos acumulado todos nuestros errores en ese partido. Los próximos serán victorias!!!
ResponderEliminarClaro que sí, Maki. Este sábado, en el mismo campo, a la misma hora comienza la remontada.
Eliminar¡¡¡¡¡Vamos!!!!!
El equipo de princesas mantuvo su nivel habitual, ahí os lo dejo. Animo al capi y espero que ese dedo lesionado y el destemple se hayan mejorado ya
ResponderEliminarEs que el equipo de la princesas es como Alemania, siempre dando la talla, jajaja!
EliminarGracias Mamen por seguir el Blog.