martes, 26 de diciembre de 2017

El Madrid-Barça desde lo emocinal. Messi empezó a ganar este partido en abril

Como es periodo navideño, sin fútbol más allá del Boxing day en Inglaterra y los torneos de Fútbol 7 de los niños, voy a ampliar mi aportación sobre el último partido del siglo, el del pasado sábado entre el Madrid y el Barcelona en el Bernabéu. Lugar donde el equipo del cabal Valverde entiendo que dio un golpe definitivo, salvo sorpresa y desmoronamiento histórico al Campeonato de Liga, sumadas también las derrotas de Valencia y Atlético en la jornada que cierra este 2017 de sensaciones encontradas para el culé de a pie.


Mi primer aporte sobre el partido del sábado en Chamartín, lo quiero centrar en lo emocional. El fútbol es un deporte de momentos, de instantes, donde no siempre se apunta la victoria quien mejor ha estado desarrollando su plan durante los 90 minutos, si bien es cierto que sí que suele ser así. Un puñado de momentos inspirados o afortunados pueden cambiar radicalmente el escenario y también el resultado de un partido de fútbol. Esa es una de las grandezas de este deporte. De ahí, que el plano emocional cobre en mi opinión una importancia superlativa, y en él voy a centrar esta primer entrega del análisis del partido.

Valverde, al que había que platearse hacerle ya un monumento en las cercanías de Aristides Maillol por la gestión que está haciendo de los recursos que tiene en plantilla, sacó al césped del Bernabéu el once que todos esperábamos: Vermaalen en el lugar de Umtiti, Sergi Roberto en el lateral, y Paulinho como cuarto centrocampista. El resto, los 8 indiscutibles: Ter Stegen, Alba, Piqué, Sergio, Andrés, Rakitic, Suárez y la Bestia Parda.

Zidane sorprendió a todos al alterar el plan de salida, quitando al unánimemente mejor jugador del Madrid de la temporada, Isco, para dar entrada a un más rocoso Kovacic, que además venía de una lesión y no parecía con ritmo suficiente para aguantar un partido de tanta tensión y con unos desafíos tan mastodónticos en su área de acción. Sin duda, ésta fue la primera pequeña gran victoria del Barça el sábado, y emana indudablemente de la exhibición del Petitó el pasado mes de abril en el mismo escenario donde se jugaba el partido. Aquel día, Zidane pensó que ya se había producido el cambio de ciclo y quiso confirmarlo; olvidándose de Messi y enfatizando el juego en lo que consideraba el punto flaco del Barça, su lateral derecho. Adelantó mucho la presión de los interiores y dejando un latifundio con un único guardián, Casemiro. Lo que sucedió todos lo sabemos: Messi ajustó la mirilla y dominó el partido para ganarlo además donde más duele, en el último minuto.

Aun así, la necesidad del conjunto blanco le dio para poder dominar con cierta claridad la primera media hora, con presión hombre a hombre, flotando a Ter Stegen quien solo podía salir en largo hacia Paulinho y Suárez, bien controlados por los centrales merengues. Esto limitó la posesión y presencia en campo contrario del Barcelona. Sin embargo, este dominio no se tradujo en peligro, y los centrales azulgrana despejaban balones con suficiencia, sin apuro excesivo.

Llegó el minuto 29, y se produjo en mi opinión el primer giro del partido. El Barcelona consiguió su primera posesión de un minuto en campo contrario, coronada con una magistral asistencia de Messi a Paulinho quien, en su mejor característica (y casi única, diría), la llegada al área por sorpresa, tuvo la mejor ocasión del partido hasta ese momento. Ahí comenzó un cuarto de hora con más intercambio de golpes, en los que el Madrid vio cómo tampoco era capaz de ganar. Ni por dominio, ni por pegada, habían asustado demasiado. De hecho, yo tuiteé en el descanso que el partido estaba controlado.

Y ahí, el plano emocional golpeó a un Madrid muy inestable, que ya había dado algunas muestras de desquiciamiento en la primera parte, con protestas constantes en jugadas poco relevantes. El Barcelona subió una marcha el juego, y 15 metros el equipo; y el Madrid se desmoronó. Llegó el primer gol, en el que Kovacic, psicológicamente atado a la posibilidad de que Messi decidiera como en abril, flotó a Rakitic, que galopó solitario e incrédulo hasta el área para habilitar a un Sergi Roberto que por primera vez visitaba la frontal contraria y lo celebró tocando de primeras para que Suárez cargara su indicador de confianza y desnivelara el marcador.

Con el 0-1, el Madrid, absolutamente groggy, permitió 10 minutos de dominio apabullante del Barcelona, en el que se vislumbraba el 0-2 con cristalina claridad. Y éste llegó, incluso antes de que Zidane pudiera hacer un cambio, con el añadido que implicó una expulsión de Carvajal por sacar con la mano bajo palos un gol del nuevamente puntual Paulinho, en una decisión marcada por la inferioridad psicológica que nubló completamente al de Leganés. 0-2, y el Madrid en inferioridad. Casi jaque-mate.

Y digo casi, porque todavía nos faltaba un nuevo cambio de rumbo psicológico. La entrada de Bale y Asensio dotaban de amenaza la hasta entonces roma ofensiva madrdista, y a la par, Iniesta tuvo que ser sustituido, ya cansado. Los 5 minutos que siguieron al cambio de Iniesta fueron los únicos en los que el Madrid se igualó, si no superó, psicológicamente al Barcelona, empujados por el empuje de la grada. Además, se le sumó la falta de un referente que tranquilizara al equipo, como repetidamente hizo en el primer tiempo el manchego. Pero ahí emergió un líder silencioso, una especie de superhéroe que desface entuertos con un aire funcionarial insultante para el rival, Marc André Ter Stegen, que sin alardes, sin levantar los pies del suelo para la palomita tribunera, negó contundentemente a Bale y a Ramos en las dos únicas ocasiones en las que se solicitó su intervención en la reanudación. Después, un par de llegadas lideradas por Messi, y el cloroformo aplicado por Busquets en la circulación dieron por terminado el tradicional akelarre madridista en el Bernabéu, que en abril dio para empatar el partido en inferioridad, pero que esta vez fue solventemente gestionado por el teutón, el de Badía y el de Rosario.

Para cerrar el partido, el convidado de piedra Aleix, se sumó a ese extraño podio de barcelonistas random que cierran goleadas y son traspasados al poco tiempo (junto a Ivan Iglesias y Jeffrén), algo que bien pudo hacer antes André Gomes, pero ni por esas tendremos la suerte de librarnos del ínclito portugués, al que Messi habilitó en un par de ocasiones frente al hasta el último minuto muy destacado Keylor.

Al final, la muy sólida armadura emocional que ha forjado laboriosamente Valverde desde la victoria continuada, si bien no brillante o seductora, le valió para aguantar tanto el arreón inicial como el akelarre tradicional del Bernabéu, para desde la confianza más absoluta pergeñar una superioridad en el plano emocional que llevó a un resultado sorprendente si se miran las dos plantillas.

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