Se nos acaba ya el Mundial, y apenas nos quedan dos partidos, el protocolario tercer y cuarto puesto, tradicionalmente el partido con más goles del Mundial por la relajación de los contendientes al jugarse algo muy menor a lo que hasta ese partido venían jugando, y la gran final, donde se dilucidará el dominador del fútbol mundial, al menos, hasta dentro de cuatro años. Pero para llegar hasta ahí, hemos vivido dos semifinales bastante igualadas, con la emoción como todo el Mundial muy por encima del juego, y con resultados inciertos hasta la última jugada.
La primera semifinal tuvo lugar entre quizás las dos selecciones favoritas para la victoria final, por potencial una, Francia, y por juego desarrollado la otra, Bélgica. Dos países vecinos, de larga rivalidad social, francófonos, y con unas generaciones de jugadores extraordinarias. Una, algo más curtida, la belga, liderada por Hazard, Courtois y De Bruyne, y otra quizás más numerosa, la francesa, que además conjuga su juventud con la veteranía de algunas piezas adicionales como Lloris, Kanté, Matuidi o Griezmann.
El comienzo del partido fue nítidamente belga, empujando contra su portería a Francia que se sujetaba a través de sus centrales y portero, que milagrosamente consiguieron contener a los belgas, pero a Francia se la veía incómoda, sometida a la pareja De Bruyne-Hazard y a los movimientos sin balón de Lukaku, arrastrando. Solo en los últimos minutos de la primera parte consiguió equilibrar el partido, e incluso tener alguna buena ocasión por parte del sensacional Pavard.
Empezaba la segunda parte equilibrada, pero una vez más a balón parado, esta vez con cabezazo de Umtiti, a lo Puyol en 2010, Francia se puso por delante, y dedicó, de manera bastante lamentable a mi modo de ver, la última media hora a que no se jugara a nada, sin apenas salir a la contra, sino más bien para esconder unos segundos el balón. Todos atrás, tanto talento como el francés contenido por la temerosa propuesta de un entrenador, que pierde todo el sentido si no es con la victoria, Deschamps. Ya se vio en 2016, como, cuando tuvo que proponer en la final ante una flojísima Portugal, sin su estrella, Cristiano, lesionada, fue incapaz de ganar un partido con todo el público a favor. Ahora, dos años después, con mejores mimbres todavía, sigue hurtándonos la posibilidad de ver todo el talento de sus jugadores desatado. Personalmente, aunque dudo que ocurra, me agradaría que otra vez el fútbol le castigara en una final.
Bélgica, por su parte, más espesa y nerviosa tras verse detrás en el marcador, apenas inquietó al muy seguro Lloris, si bien es cierto que se rebeló contra la derrota orgullosamente, sus embestidas, casi siempre lideradas por un conmovedor Hazard, no tuvieron en ningún momento la suficiente fuerza como para hacer tambalear la fortísima defensa francesa. Una pena para una generación, que ya ha dado muestras en este Mundial de lo que puede dar, y que quizás el próximo Mundial se le vaya algo largo, pero en la Euro'2020 será sin duda uno de los grandes favoritos al título.
Al día siguiente, tuvimos la oportunidad de ver la semifinal del lado flojo del cuadro. Esta vez, Inglaterra, con toda su historia detrás, veía 28 años después la final en el horizonte, mientras que Croacia, con su escasa historia pero con la tradición balcánica de grandes competidores en todos los deportes, se presentaba por segunda vez en una semifinal de un Mundial, con una selección bastante menos talentosa que aquella de Boban, Suker, Prosinecki, Jarni o Asanovic, pero que se agarra fieramente a los partidos a través de su estrella Modric, acompañada por Rakitic en medio campo, y por unos dinámicos delanteros como Perisic, Rebic y el guerrillero Mandjukic.
El partido se puso enseguida de cara para los ingleses y una falta de Modric en la frontal, fue muy bien lanzada por Trippier, una de las revelaciones del Mundia, quien aprovechó a mi juicio el error de Subasic en el lado de colocación de la barrera. Inglaterra no sufría, pero tampoco se favorecía de la velocidad de Sterling, Lingaard y Dele Alli, para encontrar a Kane, bastante desparecido, y de más a menos como en el Mundial.
Pasaban los minutos, Croacia, tampoco amenazaba, hasta que en un centro muy mal defendido por Inglaterra, Perisic se adelantaba a Walker, en posible juego peligroso, y batía a un Pickford, bastante tranquilo hasta entonces. Y casi da la vuelta al partido el mismo protagonista, al disparar al palo un par de minutos después. Inglaterra estaba groggy, y Croacia, se lo empezaba a creer, pese a las dos prórrogas que ya llevaban en las piernas. Y se venía una tercera.
En ella hubo alguna ocasión clara para ambas, hasta que un vivo Mandjukic, que parecía muerto minutos antes, rebañaba un balón en el área, para esta vez sí, fusilar cruzado a Pickford. Un segundo de descuido de Stones, echaba abajo su buen partido, y eliminaba a su selección, una vez más, en el primer partido en que enfrentaba un rival algo serio. Como tantas otras veces en los últimos 50 años.
Crocia, contra todo pronóstico a comienzos del torneo, se planta en la final, con quizás algún exceso de hype, que no se ha correspondido con un juego bastante poco lucido, y tras dos tandas de penaltis y una tercera prórroga en el sin ninguna duda, lado débil del cuadro mundialista. El domingo tienen la oportunidad de ser el Campeón del Mundo más sorprendente de todas las ediciones de la historia de los Mundiales, y pueden verse favorecidos en su precariedad física tras tres prórrogas por el muy probable planteamiento amarrategui de su rival.
Veremos el domingo...
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