Una vez entregado a la causa futbolera y barcelonista desde aquella tarde en el pueblo, y tras unos engañosos primeros días, repletos de victorias y sin conocer el amargo sabor de la derrota, el fútbol, para que me fuera enterando, me mostró claramente lo que era de verdad ser del Barça.
Venía el equipo, remontando desde atrás (llegó a estar 13º) y se venía acercando peligrosamente al Atlético de Madrid, que dominaba la Liga desde casi su comienzo, y tan solo se había puesto a un punto, tras golear brillantemente al Hércules en el Camp Nou, 6-0, con doblete de Quini, pichichi destacado y mi primer ídolo de infancia futbolera. Tras dar una entrevista en TVE en el programa Crónica Esportiva, se dirige a recoger a su mujer y a sus hijos al aeropuerto. Dos hombres le abordan, y a punta de pistola le obligan a subir a su coche, para luego abandonarlo y seguir hasta Zaragoza, de donde provienen, en una furgoneta. Era el 1 de marzo de 1981.
El secuestro finaliza, cuando, tras numerosas pesquisas, los secuestradores, tres mecánicos parados de Zaragoza sin antecedentes penales, son identificados. Cuando uno de ellos se dispone a cobrar parte del rescate solicitado, 100 millones de pesetas, en Ginebra, en el banco Credit Suisse, es detenido por la policía helvetica, confesando el paradero del zulo en la capital maña donde se encontraba el delantero asturiano.
Son casi cuatro semanas de secuestro, hasta su liberación, el día 25 de marzo por la noche. Toda España, y gran parte de Europa, que llevó el caso a las portadas de los diarios más prestigiosos del Viejo Continente. Bueno, todos conmocionados salvo la Federación, que ni siquiera se dignó a aplazar el decisivo partido del siguiente fin de semana ante el Atlético.
El Barcelona, con los jugadores, técnicos y aficionados, absolutamente desmoralizados, pierde el tren de la Liga, como es obvio. Durante el secuestro del goleador asturiano, además de perder 1-0 en el antes citado partido del Manzanares, vuelve a caer derrotado ante una desahuciada y colista U.D. Salamanca (2-1), empata en el Camp Nou a cero con un Zaragoza al borde del descenso, y ya con Quini, liberado, pero lógicamente sin posibilidad de jugar, es masacrado en el Bernabéu 3-0.
La semana siguiente, el Valladolid visita el Estadi, en lo que presumiblemente iba a ser la reaparición de Quini tras su secuestro. Mi padre, el primigenio Culé de Chamberí, avispado él, decide que no hay mejor ocasión para mi debut consciente en Can Barça. Y digo consciente, pues he de decir, que me llevó de bebé al Estadi, anticipando el bautismo barcelonista al eclesiástico.
En aquella época, vivíamos en Valencia, e ir al Camp Nou, signficaba autopista, y pernocta en el Hotel Calderón, para pasar el fin de semana en Barcelona. Servidor, entonces muy afectado por el tema Quini, vi recompensada mi desgracia con la posibilidad de debutar en el Estadi. Tarde primaveral y soleada de aquel 5 de abril de 1981, y entre las rodillas del abono de tercera gradería de mi padre, un risueño Culé de Chamberí, se disponía a vivir la reaparición de su ídolo, el recién liberado Enrique Castro González, Quini, el Brujo, y aplaudirle hasta que le sangraran las manos.
Quini fue, como no podía ser de otra forma, recibido con una atronadora ovación a su salida al campo, como un auténtico héroe, lo que era para mí. Impreciso pero voluntarioso, siempre fue un incordio para la defensa blanquivioleta. Pero, evidentemennte, falto de forma, tras 25 días en cautiverio y una semana apenas de entrenamiento, no pudo marcar, aunque sí que tuvo sus ocasiones, que el portero del Valladolid, Fenoy, desbarató.
En el Valladolid jugaba un hondureño, Gilberto, que un año después arruinaría el debut de España en su Mundial en el Luis Casanova, que ya os contaré otro día. Un mediocentro-libero, negro, con una calidad inmensa y con una parsimoniosa zancada y toque, que chocaba con su potentísimo disparo, que esa tarde le dio el empate a los pucelanos, empatando el tempranero gol de Ramirez.
El mismo Ramirez, ya casi en el descuento, y como premio al asedio azulgrana, tras un centro peinado por Quini, le daba la victoria al Barça y una matemática, pero quimérica posibilidad de aspirar al título de Liga, pues se encontraba a 2 puntos del líder, ya entonces la Real Sociedad de Ormaechea, pero 5º en la clasificación. Fue otro toque contracultural, debut en el Estadi con victoria azulgrana en el descuento, y feliz reaparición del ídolo.
Esos goles fueron los primeros que canté en directo viendo jugar al Barcelona, y en cierto modo, para un niño de apenas 5 años, haber podido estrenarme en el Camp Nou, me compensaba de todos los sinsabores que las semanas anteriores, sin entender demasiado por qué pasaban, había vivido. Un par de meses más tarde, el fútbol, por primera vez me dio la revancha, y levantamos en el Manzanares, la Copa del Rey ante el Sporting de Gijón, con doblete de Quini incluído.
Portada de la Edición Extra de El Mundo Deportivo tras el secuestro de Quini |
Venía el equipo, remontando desde atrás (llegó a estar 13º) y se venía acercando peligrosamente al Atlético de Madrid, que dominaba la Liga desde casi su comienzo, y tan solo se había puesto a un punto, tras golear brillantemente al Hércules en el Camp Nou, 6-0, con doblete de Quini, pichichi destacado y mi primer ídolo de infancia futbolera. Tras dar una entrevista en TVE en el programa Crónica Esportiva, se dirige a recoger a su mujer y a sus hijos al aeropuerto. Dos hombres le abordan, y a punta de pistola le obligan a subir a su coche, para luego abandonarlo y seguir hasta Zaragoza, de donde provienen, en una furgoneta. Era el 1 de marzo de 1981.
El secuestro finaliza, cuando, tras numerosas pesquisas, los secuestradores, tres mecánicos parados de Zaragoza sin antecedentes penales, son identificados. Cuando uno de ellos se dispone a cobrar parte del rescate solicitado, 100 millones de pesetas, en Ginebra, en el banco Credit Suisse, es detenido por la policía helvetica, confesando el paradero del zulo en la capital maña donde se encontraba el delantero asturiano.
Son casi cuatro semanas de secuestro, hasta su liberación, el día 25 de marzo por la noche. Toda España, y gran parte de Europa, que llevó el caso a las portadas de los diarios más prestigiosos del Viejo Continente. Bueno, todos conmocionados salvo la Federación, que ni siquiera se dignó a aplazar el decisivo partido del siguiente fin de semana ante el Atlético.
El Barcelona, con los jugadores, técnicos y aficionados, absolutamente desmoralizados, pierde el tren de la Liga, como es obvio. Durante el secuestro del goleador asturiano, además de perder 1-0 en el antes citado partido del Manzanares, vuelve a caer derrotado ante una desahuciada y colista U.D. Salamanca (2-1), empata en el Camp Nou a cero con un Zaragoza al borde del descenso, y ya con Quini, liberado, pero lógicamente sin posibilidad de jugar, es masacrado en el Bernabéu 3-0.
La semana siguiente, el Valladolid visita el Estadi, en lo que presumiblemente iba a ser la reaparición de Quini tras su secuestro. Mi padre, el primigenio Culé de Chamberí, avispado él, decide que no hay mejor ocasión para mi debut consciente en Can Barça. Y digo consciente, pues he de decir, que me llevó de bebé al Estadi, anticipando el bautismo barcelonista al eclesiástico.
En aquella época, vivíamos en Valencia, e ir al Camp Nou, signficaba autopista, y pernocta en el Hotel Calderón, para pasar el fin de semana en Barcelona. Servidor, entonces muy afectado por el tema Quini, vi recompensada mi desgracia con la posibilidad de debutar en el Estadi. Tarde primaveral y soleada de aquel 5 de abril de 1981, y entre las rodillas del abono de tercera gradería de mi padre, un risueño Culé de Chamberí, se disponía a vivir la reaparición de su ídolo, el recién liberado Enrique Castro González, Quini, el Brujo, y aplaudirle hasta que le sangraran las manos.
Quini fue, como no podía ser de otra forma, recibido con una atronadora ovación a su salida al campo, como un auténtico héroe, lo que era para mí. Impreciso pero voluntarioso, siempre fue un incordio para la defensa blanquivioleta. Pero, evidentemennte, falto de forma, tras 25 días en cautiverio y una semana apenas de entrenamiento, no pudo marcar, aunque sí que tuvo sus ocasiones, que el portero del Valladolid, Fenoy, desbarató.
En el Valladolid jugaba un hondureño, Gilberto, que un año después arruinaría el debut de España en su Mundial en el Luis Casanova, que ya os contaré otro día. Un mediocentro-libero, negro, con una calidad inmensa y con una parsimoniosa zancada y toque, que chocaba con su potentísimo disparo, que esa tarde le dio el empate a los pucelanos, empatando el tempranero gol de Ramirez.
El mismo Ramirez, ya casi en el descuento, y como premio al asedio azulgrana, tras un centro peinado por Quini, le daba la victoria al Barça y una matemática, pero quimérica posibilidad de aspirar al título de Liga, pues se encontraba a 2 puntos del líder, ya entonces la Real Sociedad de Ormaechea, pero 5º en la clasificación. Fue otro toque contracultural, debut en el Estadi con victoria azulgrana en el descuento, y feliz reaparición del ídolo.
Esos goles fueron los primeros que canté en directo viendo jugar al Barcelona, y en cierto modo, para un niño de apenas 5 años, haber podido estrenarme en el Camp Nou, me compensaba de todos los sinsabores que las semanas anteriores, sin entender demasiado por qué pasaban, había vivido. Un par de meses más tarde, el fútbol, por primera vez me dio la revancha, y levantamos en el Manzanares, la Copa del Rey ante el Sporting de Gijón, con doblete de Quini incluído.
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