jueves, 5 de marzo de 2020

Liga 2019-20. Jornada 26. Real Madrid-Barça. Derrota tras un puñado de años invictos en el Bernabéu que abre la Caja de Pandora

Fue una lejana tarde de finales de octubre de 2014. Un escarmentado Luis Suárez debutaba tras varios meses de sanción por su reincidente mordisco a Chiellini en el Mundial de Brasil, inaugurando un tridente que meses más tarde nos llevaría al triplete. Un todavía joven de aspecto e ímpetu Luis Enrique se sentaba en el baquillo de visitantes del Bernabéu, creyendo todavía que el líder de aquel equipo era él, pues Anoeta llegaría un par de meses después. En el centro del campo, todavía la Santísima Trinidad azulgrana en su última función conjunta en campo del gran rival. Enfrente, un Real Madrid que pocos meses atrás había consumado su décima Copa de Europa, tras más de un década de triste vagar por los campos europeos, venía empujado todavía con la inercia que aquella victoria en Lisboa ante el rival ciudadano, fraguada en el descuento, y certificada en el añadido con un solvencia que nunca apareció en los 90 minutos anteriores.


Hasta entonces nos tenemos que remontar para recordar la última vez que el Barça había, no ya perdido, sino dejado de ganar en Liga en el Santiago Bernabéu. Un estadio bautizado, no sin malicia, como el Jardín de Messi. 5 años naturales enteros más dos picos de un par de meses. Toda una vida. Hasta que este pasado domingo, la parroquia local pudo volver a enloquecer con una victoria sobre el eterno rival. 2-0 y recuperación de liderato incluido.

Y eso que en los primeros 55 minutos, un Barça laborioso había conseguido primero templar la embestida inicial de su rival para acabar aculándolo frente a su portería, mediante unas posesiones largas, iniciadas en salidas de balón que desinflaron completamente la inicial intención de presionar de los medios y delanteros blancos. Un dominio que dio a luz a no menos de cuatro ocasiones claras en las que los azulgranas perdonaron la vida a un Madrid todavía enfrascado en la depresión que el City de Guardiola había desatado entresemana en Champions en este mismo escenario.

Pero todos sabemos que en el Bernabéu siempre hay, al menos, un rato de zozobra, de barbarie blanca. Son esos arreones tan íntimamente ligados a la idiosincrasia madridista, que uno ha visto, en mayor o menor medida, al Madrid de los García, al de la Quinta, al de los Galácticos, incluso al de entreguerras en el histórico 2-6, como no al de Mourinho, o más recientemente al de las Champions inverosímiles. Esta vez, el desencadenante de la vorágine fue un tiro magnífico de rosca a la escuadra de Isco. A la salida de un córner, una vez más. descuidado por la retaguardia azulgrana, y primorosamente respondido con un vuelo a mano cambiada de un Ter Stegen, que sumaba una eternidad de minutos sin recoger de la red un balón en el Bernabéu en Liga. Concretamente desde Sant Jordi de 2017.

Fueron minutos en los que el Barça se desordenó. Fue contumaz en la pérdida en salida, más por imprecisión propia que por efectividad de la presión ajena, todo se ha de decir, y vio como, una y otra vez, los hasta entonces anestesiados jugadores blancos asediaban la hasta entonces tranquila portería visitante. Fueron diez minutos, pero parecieron mil. Tanto si lees la ensoñación resultadista en las posteriores glosas de los próceres mediáticos madridistas como si eres un culé hundiendote en el sofá de casa ante la televisión, parecen mucho más. Pero el tiempo se puede medir con relojes, y fueron diez (10) minutos.

El problema es que, cuando el Barça hubo conseguido instalar un puñado de posesiones en tres cuartos para contener la sangría, habiendo cambiado al Sultán de las pérdidas innecesarias durante la barbarie, e incluso tenido la oportunidad más clara con el debutante y recién entrado Braithwaite, llegó el gol de Vinicius. Un gol en el que hubo un acierto, el de Kroos, mayestático desde ese minuto 55, mandando y dejando en ventaja al tan incisivo como inocuo Vinicius. A partir de ahí, múltiples errores de posicionamiento, elección, y finalmente remate. Pero la fortuna que minutos antes estuvo del lado azulgrana en un remate de cabeza que Piqué achicó desde la línea de gol, le fue esquiva al desviar el central de la Bonanova el inocente, una vez más, remate de Vinicius, para alojarlo irremediablemente en la portería de Ter Stegen.

Y este Barça de mandíbula de cristal, sin llegar a venirse abajo, sí que vio muy cuesta arriba el camino hacia la remontada, oscurecido además por una ocasión perdida por un mermado y desafortunado Messi, que estorbado lo suficiente por Marcelo, fue superado por Varane, negándole un gol casi descontado en esos segundos previos por todos los aficionados. Hubo alternancia, partido abierto, llegadas por ambos lados, pero no parecía plausible la resurrección azulgrana. Para regocijo de las hordas madridistas, además, el inédito Mariano, en su única intervención tras entrar en el campo ya en el descuento con más intención de perder tiempo que otra cosa, persiguió un balón de saque de banda, dejando atrás Umtiti, como ese hijo juvenil que supera a su padre cincuentón en los partidos de solteros contra casados, y no sin una buena dosis de fortuna al resbalarse, colar el balón por el único hueco que Ter Stegen en su salida dejó abierto. Ahí se acabó el partido, y se abrió la Caja de Pandora, esa pulsión autodestructiva del barcelonismo tan consustancial como los arreones en el Bernabéu.

Porque en mi opinión, los tres males del barcelonismo se juntan esta semana: la madriditis, el pesimismo atávico y la pulsión autodestructiva. Empiezan a filtrarse noticias, se agranda y critica desmesuradamente cualquier nimiedad, se compran relatos ajenos, se menosprecia lo propio, se mira al resultado y nunca al juego. Y todo azuzado por el oficialismo, que en todo esto ve con claridad el caldo de cultivo para desviar la atención del palco al campo. Primero de nuñismo. ¿Oiremos el sábado en el Camp Nou ante la Real, flamante finalista de Copa, aquello de "jugadores, peseteros"? No estoy seguro, pero es lo que andan buscando interesada y desmedidamente esas trincheras vergonzantes.