lunes, 24 de febrero de 2020

Liga 2019-20. Jornada 25. Barça-Eibar. Silbidos, debut y genialidad funcionarial para una goleada insulsa.

Semana convulsa en Can Barça con la polémica de la empresa supuestamente contratada para difamar a adversarios por parte de la Junta, aderezada por el clandestino fichaje, presentación incluida del danés Martin Braithwaite para dotar de un mínima profundidad a la plantilla que va menguando peligrosamente, partido a partido, hasta tener que tirar de casi media docena de canteranos para completar las convocatorias. Se presentaba en el Camp Nou otro equipo, el Eibar, cuyo sello de identidad es la presión y el buscar el juego directo para pasar la mayor parte del tiempo en campo contrario. Otra prueba de fuego para la salida de balón que tan sólidamente está construyendo Setién desde que llegó.


La alineación, como está pasando demasiado a menudo con Setién, era un tanto decepcionante, pues sumaba a Vidal y Rakitic, en un supuesto rombo en el centro del campo, que no fue así, pues el chileno jugó de extremo izquierdo, dando amplitud y siendo una salida en largo constante que pudiera encontrar el preciso pie de Ter Stegen si el Eibar apretaba como el Getafe la semana anterior. Por primera vez desde que llegó el nuevo mister, De Jong quedaba relegado al banquillo, pensando claramente en la semana decisiva que se presenta por delante.

Antes del comienzo del partido, tuvimos una primera "sorpresa" en el campo, pues una vez acabado el himno, comenzó una pitada bastante importante que fue "in crescendo" por momentos, acompañada por una pañolada menos generalizada, como no podía ser de otra forma, viendo el censo de turistas que suele copar las gradas del Camp Nou en los partidos de Liga ante rivales menos atractivos para el socio. Una censura en toda regla a la directiva, y en especial al presidente Josep María Bartomeu, que parece dudar si conviene dar un paso al lado, y cómo hacerlo. Y es que el cúmulo de desatinos en todos los órdenes comienzan a cansar incluso a los más reticentes a mostrar su desacuerdo por miedo a afectar al equipo. Como si éste no estuviera hace tiempo curado de espanto tras tantas vivencias en la última década. Veremos en qué queda.

En el campo de juego, una vez puesta en circulación la pelota, un Barça de lo más plano y anodino, con salida de balón menos clara que la semana anterior, y con poca circulación de balón una vez alcanzado el último tercio de campo. El Eibar parecía relativamente cómodo, y hasta se permitía incomodar a Ter Stegen con alguna llegada temprana, gol anulado incluido.

Sin embargo, Messi, que como aquellas botelllas de champán en los podios de los deportes del motor, llevaba un tiempo agitándose, al fallar una desconocida cantidad de disparos. Todos sospechábamos que en cuanto se descorchara la botella, iba a empapar a todos los cercanos, como así fue. Y el descorche fue apoteósico. Tras recibir a la espalda de los mediocentros armeros de Rakitic, Messi encaró con el balón controlado la frontal y ante los dos centrales que pretendían cerrarle su salida por el lado de su pierna más buena, los sorteó con un túnel escandaloso para, aguantando la llegada del exhuberante Papa Diop, cruzar dulcemente ante la inutil estirada de Dmitrovic, y abrir el marcador. Un gol estratosférico, incluso dentro del catálogo de la Bestia Parda; es decir al alcance de nadie más en este universo del fútbol.

Con el 1-0, pareció por momentos que llegaba el juego al rebufo de la ventaja en el marcador. Pero fue un espejismo, y volvimos tras un par de llegadas peligrosas consecutivas al anodino ritmo de toda la primera parte. Ritmo que volvió a hacer pedazos nuestra Bestia Parda entrando desde atrás a una dejada de Arturo Vidal, bastante correcto todo el partido y extremadamente disciplinado tácticamente. Llegando lanzado a la frontal una vez más, atravesó la línea defensiva visitante como un cuchillo caliente la mantequilla y, de nuevo ante un impotente Dmitrovic, cruzó al palo largo con precisión de cirujano para poner distancia en el marcador. Y apenas un par de minutos después, volvió a aprovechar un generoso regalo de la defensa para en vez de fusilar al portero, dejarle el gol hecho a Griezmann, que se durmió y no pudo cargar la pierna ante la intervención a la desesperada de uno de los zagueros, con tan mala suerte que dejó a placer el balón a Messi para que certificara su hattrick en 40 minutos, y alejara cualquier posibilidad de sorpresa en el partido y los malos augurios personales ante puerta que pudiéramos atisbar desde el fatalismo atávico culé. Tres balones recibidos por la Bestia Parda en los aledaños de la frontal, 3-0 al descanso, y partido resuelto.

Demasiado resuelto lo verían todos del lado azulgrana, pues los primeros veinte minutos de la segunda parte vivimos un deja vu,  en ese desesperante modo de ahorro de energía que tanto sufrimos y criticamos con Valverde. Tan solo la nula pegada eibarresa evitó que se tradujera en un marcador más ajustado, y quien sabe si en más silbidos desde la grada. También empezaron las dosificaciones de las vacas sagradas, con los descansos de Busquets y Piqué, claves para lo que se viene encima. Por último, 20 minutos para que el Camp Nou viera y pudiera empezar a poner nota a su nuevo fichaje.

Y la verdad es que fue una presentación esperanzadora del danés Martin Braithwaite, que como un buen profesional de cualquier gremio, lo primero que hizo fue mostrar lo que sabe hacer bien. Desmarque al espacio, agresividad en la presión e inteligencia táctica. En apenas cuatro intervenciones se bastó para ganarse al público, y así caer de pie en un Camp Nou que suele dejarse llevar por la inmediatez de las primeras impresiones con los nuevos. Braithwaite dejó una asistencia para el póker de Messi, que además le buscó en un par de ocasiones al hueco, y un último desmarque de ruptura que culminó con un disparo, cuyo rechace cerró la goleada de la apacible tarde barcelonesa que había comenzado con una borrasca sobre el palco del Camp Nou.

Los próximos partidos de este semana, en San Paolo en la vuelta de la competición europea y en el Bernabéu, con un Madrid que en dos jornadas ha cedido 5 puntos y el liderato antes del partido que podía abrir una brecha a su favor, y que ahora lo observa con la presión y el agobio que una nueva derrota en su feudo contra los azulgrana podía suponer una desventaja puede que definitiva, más por lo psicológico que por lo matemático. De momento, reciben a un Messi reconciliado con el gol. Y eso siempre hay que celebrarlo a lo grande.

miércoles, 19 de febrero de 2020

Liga 2019-20. Jornada 24. Barça-Getafe. Victoria masticando tornillos aderezados con silbidos de incomprensión y desmemoria

Hace casi 33 años aterrizaba en Barcelona, en plan Mesias redentor un holandés visionario, bastante incomprendido como casi todos los genios en muchas fases de su vida, y que venía a liderar una renovación radical de una plantilla del Barça, a la que el presidente Núñez había puesto la cruz el día que pidieron su dimisión en el Hotel Hesperia de Barcelona, curiosamente un hotel del entonces vicepresidente Gaspart. Toda la plantilla, salvo Schuster que se bajó del carro en una muestra más de su concepción de la solidaridad, y el entrenador entonces Luis Aragonés, en visperas de un ya intrascendente Barça-Madrid, que por cierto acabarían ganado 2-0, pusieron el club, la ciudad y Cataluña entera patas arriba.


Cruyff, habilmente robado a la oposición por Núñez como baza electoral del año siguiente (¿os recuerda a una visita reciente a Doha?) exigió plenos poderes a todos los niveles, aprovechando su posición de fuerza ante la debilitada directiva culé, y empezó a crear lo que sería un equipo de leyenda que ganaría cuatro ligas consecutivas y la primera Copa de Europa de la historia del club en Wembley. Fue un antes y un después en la historia del Barcelona, a nivel de palmarés, seguro, pero también por dotar de una identidad futbolística al club, el mayor de sus legados.

Y esta identidad ya incluía un cambio de paradigma para el portero, adelantándose al menos 4 años a la evolución del reglamento que en 1992 prohibiría la cesión al guardameta. Zubizarreta, el portero titular de aquel equipo le hacía partícipe de los rondos, en los que sufría muchísimo, pensando que era una treta del holandés para deshacerse de él como uno de los significado en el Motín del Hesperia. Pero lo que Johan quería es que el portero fuera el primer jugador de campo, una revolución que hoy todos tenemos totalmente interiorizada.

Os preguntaréis por qué me voy tan atrás en la crónica del partido del Getafe. La respuesta es evidente. Los silbidos que recibió el equipo cada vez que durante la segunda parte jugaba con Ter Stegen para iniciar la jugada creando superioridades ante la gran presión del equipo visitante, además de injustas, son desmemoriadas. No sé si por años de presión del entorno mediático más afín a las estructuras del llamémosle "Antiguo Regimen", con un alud de artículos tendenciosos que han hecho mella en la memoria colectiva del soci. O por la nueva moda de que se tiene que jugar como el Liverpool, el equipo del momento, pero alejado enormemente de esa identidad que nos legó Cruyff, una auténtica joya de valor incalculable. 

El caso es que silbaron, y la mayor de las pitadas coincidió con una jugada que acabó 20 segundos después con Griezmann rematando en la frontal del área pequeña a placer. Injustos, desmemoriados y desconocedores de la realidad del juego. Esa jugada es paradigmática, y la pena es que Griezmann falló estrepitosamente con su pierna mala, porque si no, hasta los resultadistas se hubieran subido al carro.

El Barça de Setien hizo un magnífico partido ante un rival, que va tercero en la Liga, solo por detrás de Barça y Madrid, que realiza una gran presión en campo contrario, que hizo el record de faltas (sancionadas, que no cometidas, porque hubo al menos una decenas de leyes de la ventaja) de las 5 grandes ligas esta temporada, y que con su buen partido convirtió el encuentro en un ejercicio de masticar tornillos.

Fue derrotado, y tan solo en los momentos en que las contingencias físicas (lesión de Alba y golpe a Umtiti en el gol anulado al Getafe) fue superior al Barça. Setien ha construido en poco más de un mes, el mejor mecanismo de salida de balón desde Guardiola en el Camp Nou, y ése es solo el primer paso. El equipo evoluciona, y lo hace ganando. No sé que más queremos pedirle. Y gana, pese a la increíble racha de Messi ante el gol, que es inverosímil que se repita o se prolongue, tal y como hemos visto en la última década.

El entorno culé está demasiado convulso, incluso para lo que es habitual. Agradezcamos que podemos refugiarnos en el fútbol, en lo que se está construyendo en el campo. Si este equipo consigue conjurarse contra lo que le rodea, podemos estar ante unos meses históricos. Pese a los muchos obstáculos que se le ponen desde todos los ámbitos del maldito entorno.

Yo, confío.

miércoles, 12 de febrero de 2020

Liga 2019-20. Jornada 23. Betis-Barça. Victoria necesaria, merecida y tranquilizadora

Se presentaba el Barça en el Benito Villamarín, tras haber sido eliminado en Copa por primera vez en 7 años, y con el maldito entorno ojo avizor para ver si había la posibilidad de despedazar a Setien, quien además, volvía a una plaza en la que era titular hasta la temporada pasada. Tanto el equipo como su entrenador se encontraban ante un escenario bastante límite, con el agravado de la baja de Piqué por tarjetas y habiendo confirmado días antes que Dembélé no podrá ser de tanta ayuda como Setien había venido anunciando en sus ruedas de prensa, al perderse por lesión (otra vez) lo que resta de temporada.


En esas circunstancias, Quique dispuso en el campo una novedad, jugando con un 1-4-4-2 con rombo. Alba esperaba en el banquillo para que Junior volviera a su estadio de hace unos meses, y Sergi Roberto jugaba por delante de Semedo en derecha. Vidal, como cabeza de rombo buscaba ocupar el espacio que Messi dejara en sus bajadas a recibir para sorprender y colaborar en la presión. Un sistema, parecido al que Valverde le propuso al propio Setien, la temporada pasada en este mismo partido. Los interiores, adelantados, pero siendo segunda opción de pase en salida, si Sergio estaba muy vigilado, tal y como hemos venido viendo en los últimos partidos. Esta vez la salida de balón no fue tan brillante como por ejemplo en San Mamés o contra el Levante, pero aun así fue clave en el primer gol azulgrana.

Las cosas se pusieron cuesta arriba muy rápido, prácticamente en la primera aproximación bética, con un Fekir que ya empezaba a marear a toda la defensa azulgrana con mención especial para un desubicado Umtiti. El disparo del francés dio en la mano de Lenglet y supuso, VAR mediante, el gol de Canales que engañó a MAtS con solvencia desde el punto fatídico. Pero el Barça reaccionó muy rápido, y De Jong, tras apoyarse en Messi, culminó una de sus cabalgadas fusilando a Joel y volviendo a poner las tablas.

El Barça se hacía con el partido y se sucedían las llegadas a la portería bética, pero una pérdida en medio campo, acabó con Fekir de nuevo encarando a Umtiti, que decidió recular hasta el infierno mismo si era necesario antes de exponerse ante el genial jugador bético, quien ante el espacio regalado, armó su pierna izquierda para mandarla a la jaula. Una vez más, dos tiros, dos goles, y poco o más bien nada que reprochar al portero. Y el partido, de nuevo cuesta arriba para un equipo que desde hace tiempo se veía que no dispone de una fuerza mental mínimamente aceptable.

Tras el 2-1 se pasaron por malos momentos, más de falta de reacción que de agobios propios, pese a que Fekir seguía desplegando su enorme repertorio ante el delirio del Villamarín, con caños, recortes e incuso rabonas. Pero, al filo del descanso, una falta lejana era quirúrgicamente botada por Messi, para que Busquets, al borde del área pequeña controlara y empatara el partido antes del descanso. Cuando hablamos de gol psicológico, poco  recuerdo más acordes a tal calificativo que éste. Un nuevo partido se abría para el segundo tiempo.

Pese a que el juego no estuvo en ningún momento al nivel de San Mamés, ni siquiera del de los últimos partidos en el Camp Nou ante Leganés y Levante, el Barça desde el comienzo de la segunda parte inclinó claramente el partido hacia la portería de Joel, que estuvo providencial ante Messi en tres ocasiones, alargando la racha de disparos sin gol de la Bestia Parda hasta límites desconocidos hasta el día de hoy. Pero Messi, viendo que el gol se le resistía se abandonó al altruismo de la asistencia, y en otro balón parado, colocó en la cabeza de Lenglet un centro que supuso el tercer gol y la remontada del equipo.

A partir de ahí, vinieron la estúpida expulsión de Fekir, protagonista para bien o para mal de todo el partido y la innecesaria segunda tarjeta de Lenglet, que pasó de héroe a villano en pocos minutos. Diez contra diez y con el Betis con más espacios para buscar el empate, Setien, en vez de sacar intensidad, buscó defender a través del control del balón, y apenas sufrimos acercamientos, pues también en el campo, tanto Messi como De Jong y Arthur, entendieron este final de partido como un ejercicio de conservación del balón que desesperó al Betis, hasta el pitido final.

Una victoria merecida, por el progreso de los últimos partidos, por la resistencia a la fatalidad y por el carácter demostrado. Necesaria para evitar críticas mayores en un entorno barcelonista absolutamente desbocado ante el desastroso mercado de invierno y la falta de efectivos, y con las facciones más reaccionarias masacrando a la mínima al entrenador, que lleva dos telediarios y al que quieren hacer culpable hasta de la huida de Neymar y la gestión de sus relevos en la plantilla. Y una victoria tranquilizadora, pues tras dos dolorosas derrotas en partidos fuera de casa en Mestalla y San Mamés, este triunfo dejará un margen para trabajar en las próximas dos semanas al equipo, sin partidos entre semana y con encuentros ligueros en el Camp Nou, antes de la vuelta de la Champions League en Nápoles y la posterior visita al Bernabeu, visitas donde se jugarán gran parte de las aspiraciones de la temporada.

miércoles, 5 de febrero de 2020

Liga 2019-20. Jornada 22. Barça-Levante. Motivos para el esperanza, y para la preocupación

Segundo partido consecutivo del Barça de Setién en el Camp Nou, tras la reparadora goleada ante el Leganés en Copa entre semana, que parecía alejar los malos augurios de la derrota en Valencia, apoyada en un cambio de sistema para volver a un 1-4-3-3 más ortodoxo, en la línea de la última década azulgrana. Se presentaba en Barcelona el Levante, quien en su visita anterior había dejado la consecución de un título de Liga.


Setien volvió a presentar una alineación con una disposición clásica del Barcelona, con la elección de Semedo de nuevo para el lateral derecho, y la titularidad de Rakitic en la tercera posición del mediocampo, pues Vidal era baja por una contusión y Arthur no acaba de parecer a ojos del cuerpo técnico merecedor de un puesto de titular. Arriba, Ansu jugaba en su perfil bueno, a la izquierda, con Messi y Griezmann entendiéndose bien en la ocupación del frente central y derecho del ataque. 

En salida de balón, Busquets vovía a colocarse a menudo entre centrales al jugar el Levante con dos puntas. Una opción que personalmente me desagrada, pues necesita que el equipo una vez establecido en campo contrario, permita la subida de Busquets para poder llegar a la presión tras pérdida, y en cualquier caso, ocasiona un esfuerzo adicional para el de Badía. Aun así, la salida de balón, sin duda ninguna, fue la mejor noticia del partido. Se nota ya muchísimo la incidencia de Setien, y los apoyos de los interiores para abrir a banda de primeras al tercer hombre, estructuran una salida eficaz, en la que Ter Stegen tiene un peso mayúsculo, pues casi siempre es flotado, y su precisión (51 de 51 pases) y rango de pases abre todo un abanico de posibilidades al equipo para asentarse en campo contrario.

La segunda buena noticia fue la indudable química entre Messi y Ansu, como la hubo hace década y media entre Ronaldinho y el adolescente Messi. Se buscan, conectan, y el niño hasta parece jugar como si fuera un veterano, incluso jugándose jugadas que cualquier otro buscaría devolver a Messi. Es una sociedad de potencial ilimitado, y que dadas las circunstancias de la corta plantilla, especialmente en ataque, vamos a tener la suerte de ver repetidamente esta temporada. Así, tras una asistencia de tacón del niño a la Bestia Parda, que paró Aitor, el rosarino le regaló dos pases en contraprestación que el imberbe Ansu enjauló en 2 minutos para encarrilar el partido. Así se llegaba al descanso, con una muy buena sensación del equipo, que incluso hacía parecer corto el resultado.

La segunda parte empezó exactamente igual por parte azulgrana, pero el Levante se fue con todo al ataque tras tener una primera oportunidad, fruto del desconcierto azugrana, y las protestas por un balón que chocó en el árbitro y que, con la nueva reglamentación, le da la posesión al equipo que la tenía antes de golpear en el colegiado. De ahí al final del partido, se rompió el encuentro.

Lo que en principio achaqué a dejarse llevar por lo que proponía el Levante, en un segundo visionado me cambió la visión. Y es que la extraordinaria salida de balón, sin fallo alguno hasta un error de Arthur casi en el 90', dejaba a los delanteros azulgranas y los interiores en posiciones de ataque en superioridad constantemente, a las humanamente es imposible renunciar, y más si en tu equipo está un tal Leo Messi, que a poco que recupere la fiabilidad cuando se encuentra con balón controlado en la frontal del área, lo que ha ocurrido en más de una decena de ocasiones en cada uno de los últimos partidos desde Mestalla, nos puede colocar en disposición de luchar por cualquier cosa esta temporada.

Es cierto, que el ida y vuelta produjo un claro cansancio en algunas de las piezas azulgranas, lo que ocasionó que al final del partido no se pudiera forzar un control con posesión de balón que evitara los sustos finales que desembocaron en el gol del Levante, e incluso un último disparo que pese a irse desviado podrían haber llevado un empate al marcador, que atendiendo a lo visto durante los noventa minutos, cualquiera que sea el indicador utilizado hubiera resultado abiertamente injusto.