Ya hemos virado el primer cuarto de Campeonato, y los números del Barça reniegan una jornada más de las sensaciones que algunos podamos llegar a tener en bastantes partidos. 28 puntos sobre 30, un arranque de ensueño para un escenario inicial de pesadilla, tras la fuga de Neymar y la abultada derrota en la Supercopa ante el Madrid.
El Barça se presentaba en el nuevo San Mamés para abordar la segunda visita complicada de lo que llevamos de Liga, tras el empate del Metropolitano. Esta vez, al contrario de lo sucedido en Madrid, fue el resultado el que aventajó en varios cuerpos al juego, un partido más plomizo y deslabazado por momentos. Durante largos minutos el Barça se sustentó en dos de los pilares más firmes de este inicio de temporada: su portero Ter Stegen y su central más en forma, Umtiti. Ambos edificaron una victoria desde atrás que, como siempre, acabó de redondear Messi.
Uno, que ya peina alguna cana, no cree que sea posible volver al corto o medio plazo a disfrutar de un juego como el que no hace tanto tiempo veía lleno de regocijo, desde el sofá de casa, la mayoría de las veces, y cuando se daba la oportunidad desde la grada de cualquier campo donde pudiera ir a ver a mi Barça del imponente juego posicional, del dominio del escenario, y del adiestramiento impenitente de todo rival que enfrentara. Sin embargo, esta temporada estoy cogiéndole el gusto (mucho menos hedonista, sin duda alguna) a disfrutar de las variantes tácticas que Valverde ofrece en cada partido. Este sábado, la novedad era un rombo en el mediocampo, con dos interiores más pegados a las bandas (Rakitic y André Gomes) para intentar liberar espacios por dentro desde los que Busquets pudiera conectar con Messi, para habilitar a Suárez o al siempre incisivo en la frontal Paulinho. Y durante la primera parte, un muy buen Busquets pudo, salvo 5 minutos de arreón bilbaino que brillantemente abortó Ter Stegen, gobernar el partido a su antojo; si bien, dado el escaso espacio que facilitaba el Athletic atrás, tampoco lo convirtió en un reguero de ocasiones, aunque sí suficiente para un gol y un par de postes. Ya en la segunda parte, la inercia atacante bilbaina obligó a Busquets a ser demasiadas veces el tercer central, alejándole cada vez más de Messi.
Un Messi que, en la primera parte, no acababa de encontrar el espacio por donde deshilachar la defensa rojiblanca. Acabó decidiéndose por su sociedad más fructífera de los últimos tiempos, la que le facilita la profundidad y precisión en el pase atrás de Jordi Alba por la izquierda. Y la elección fue la correcta. En la jugada más clásica de esta sociedad, Leo, tras pared con Paulinho, habilitó en línea de fondo al de Hospitalet, quien, esperando la llegada en segunda línea de Messi, le asistió para que el argentino, con la precisión habitual, cruzara el balón, ante Kepa de manera inapelable.
El Athletic, incansable y animoso como siempre, se afanaba en complicar la vida al Barcelona, pero para alcanzar la meta azulgrana debía antes superar un escollo casi inexpugnable durante todo el partido: Samuel Umtiti. El central zurdo cuajó un partido impoluto, ganando cuantos duelos se le planteaban, por alto y por bajo, además de sirviendo de salvoconducto para una más que limpia salida de balón por el lado izquierdo. No creo que nadie pueda extrañarse cuando digo, que a estas alturas de la temporada no encuentro un central a su altura en el fútbol mundial. Samuel se ha convertido en referente defensivo, desde el gran acompañante central rectificador de la temporada pasada.
Y cuando el equipo bilbaíno conseguía evitar la intervención de Umtiti, se encontraba con un tipo de verde, que juega como si fuera su casa en San Mamés, pese a tener uno de los peores debuts que un portero puede tener allí, el 4-0 de la Supercopa de 2015. Si el año pasado demostró cómo un portero del siglo XXI puede ser clave en la salida de balón batiendo con regularidad y precisión, dos y hasta tres líneas de presión; el sábado, en el papel de portero más clásico, hizo pedazos las ilusiones locales de cantar algún gol, en especial la de Adúriz, al que negó en hasta 4 ocasiones por tierra, mar y aire con paradas de sobresaliente mérito por la dificultad y la sencillez con la que parecía abortarlas.
Aun así, la segunda parte fue durante 35 minutos un constante resistir ante las acometidas bilbainas, sin ser capaces de mantener ese minuto de posesión, que diera aire al equipo, amansara a los leones, y acercara la portería contraria. Con la salida de Semedo, y el paso de Sergi Roberto al mediocampo, el equipo asentó posesiones en campo contrario, redujo el riesgo de la cercanía constante de su portería, y consiguió, ya a última hora, sellar la victoria en un contraataque comenzado por el de Reus, gestionado con maestría por Messi, habilitando a Suárez en el mano a mano, y rematado por Paulinho tras el rechace de Kepa.
Las sensaciones futbolísticas pueden no ser las mejores. De hecho, nadie puede decir que lo sean. Pero el escenario en Liga se presenta de lo más halagüeño posible, con una cómoda ventaja que gestionar en los momentos en que los puntos ya no caigan con esta pasmosa inercia. Y, embarcado en la victoria, Valverde sigue aportando soluciones a cada jeroglífico táctico que se le presenta, con una riqueza que hace ya un tiempo que no veíamos en Can Barça.
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