lunes, 17 de diciembre de 2018

Liga 2018-19. Jornada 16. Levante-Barça. "Matrix" Messi vuelve a convertir un escenario apocalíptico en una cómoda victoria en el último partido para un culé de Chamberí de pata negra y primera generación

Hoy la crónica iba a tener dos protagonistas, Messi y Valverde,el ying y el yang barcelonista, pero una llamada esta mañana me ha cambiado la perspectiva, y he decidido despeñar de su protagonismo al técnico azulgrana, y creo que será bueno para él, pues no puedo decir nada bueno de su intervención ayer. Esta mañana, camino de la oficina, me ha llamado mi padre, el primigenio Culé de Chamberí. Era demasiado pronto, así que no me pareció buen augurio. Y es jodido acertar con ese tipo de pronósticos, pues al otro lado de la línea, con una voz muy seria me daba los buenos días un hombre bastante abatido. Estaba en el tanatorio porque había fallecido Carlos, su mejor amigo, tras más de dos años luchando contra el cáncer como un jabato hasta el último día. Y es el segundo amigo del alma que se le va a mi padre en este final de 2018.




Carlos, mi tío Carlos, lleva en mi vida desde siempre. Compañero de pupitre de mi padre en los maristas de Chamberí, ha estado cerca en cada momento de mi vida. Culé convencido, diría que por efecto de su amigo el primigenio, fue otro Culé de Chamberí de primera generación, de los de a Liga por década, sin siquiera Recopas que llevarse a la boca hasta Basilea, los que tuvieron más mérito, y no te cuento si lo vives en territorio comanche. Habitual compañero de sofá en casa en los partidos de un embrionario Canal+, compartió con nosotros muchos partidos y muchas Nochebuenas, animando siempre la velada con su humor extraordinario, que mantuvo hasta el último día. El último partido que vimos juntos fue la última goleada en el Bernabeu, hace casi ya un año, cuando nos invitó a mis padres y a mí a su casa en El Escorial. Estos últimos meses leía todas mis crónicas y escuchaba mis intervenciones radiofónicas con fruición. De hecho, la última vez que hablé con él, me recordó que se me había olvidado poner al final de mi crónica el Bestiapardómetro con el que llevo los números de Messi para los futboleros del Teletexto. Ayer, la Bestia Parda ganó el partido en la última exhibición que presenció en este mundo, aunque donde quiera que esté, seguro que las seguirá viendo.

Mi tío Carlos, ha luchado mucho contra ese cabrón que es el cáncer para tener unas cuantas bolas extra, pues desde hace ya tiempo, había expirado el tiempo teórico que los médicos le habían pronosticado de vida. Y en esas bolas extra, Messi le habrá dado no menos de 50 alegrías, importantes y cotidianas. Porque estaremos hablando de 50 exhibiciones sobrenaturales en el último par de años de la criatura, justo el tiempo que lleva este pequeño rincón culé abierto. Por eso también Messi es incomparable, pues el volumen y frecuencia de alegrías que este chico proporciona es abusivamente superior a cualquier otro. Y pensando en mi tío Carlos, me ha venido a la cabeza.

Ayer, en otro partido que pintaban bastos, y en el que servidor, ungido en el fatalismo atávico culé que uno intenta ahuyentar y no consigue, tuiteé que firmaba el empate justo antes de la media hora. A la vez que tuiteaba, pensaba, a ver si Messi me deja en evidencia, pero no lo quise plasmar para no gafar la posibilidad. Y es que el paisaje era apocalíptico. El Levante nos estaba dominando, el Barça recuperaba la pelota casi en en su área en el mejor de los casos, a 80 metros del ex-barcelonista Oier, y con Dembélé, cerrando el lateral derecho como podía en la nueva disposición de tres centrales. Todo el equipo perdido. Dembélé, con un encomiable nivel de abnegación ya llevaba una amarilla. Alba, no aparecía ni arriba ni abajo. Busquets estaba desconcertado y Vidal y Rakitic apenas achicaban delante de los centrales, sin apenas aportar en ataque. Arriba Suárez ejerciendo de náufrago ante la defensa granota. Pero Messi estaba en el campo y, tras un par de primeras intervenciones titubeantes, ya había amenazado por primera vez en una cabalgada que acabó con un cierre inextremis de la defensa. En esas la primera presión exitosa en área contraria, cogió el balón en la frontal, fue sorteando obstáculos en horizontal, hasta aglutinar suficiente atención para que Suárez quedara solo. En ese mismo momento, dio un pase que no estaba hasta ayer en el catálogo del fútbol, desperfilado con el pie de apoyo alejado en demasía... Dio igual, se la puso perfecta a Suárez que con un fabuloso remate de primeras en el aire al ángulo, aportó una intervención a la altura de la barbaridad de la Bestia Parda. 0-1, y nadie se lo creía.

Pero no fue todo eso. En un inteligente robo de Busquets adivinando un pase en el centro del campo, en un milisegundo ya había habilitado a Messi en carrera, y con su típica frialdad, ejecutó funcionarialmente a Oier, cruzando con la pierna mala esa que Pelé dice que no sabe utilizar, en una muestra inequívoca de que no ve fútbol desde el advenimiento de la televisión en color en su último mundial en México'70. Se llegaba al descanso con 0-2, en una primera parte horrible del Barça y muy meritoria del Levante, larguerazo incluido. Y todo por obra y gracia de un Messi que es como Matrix, transforma un escanario apocalíptico en una cómoda y agradable.

Al inicio de la segunda parte, el Levante apretó, pero enseguida, con la entrada de Arthur en el lugar del una vez más lesionado Vermaalen, el Barça sí que empezó a controlar, y volvió a marcar Messi, esta vez con el tradicional pase de Alba. Los granota, absolutamente descabellados por este tercer gol, quedaron ya a merced de lo que quisieran Messi y sus compañeros, y en una extraordinaria jugada de un renacido Luis Súarez, Vidal generosamente cedió para que Messi pudiera llevarse su enésima pelota a casa. Y hasta Piqué, que fue quien mantuvo en pie en los peores momentos la zaga, se animó con una de sus incursiones tras robar un balón en su propia área y a pase de Messi, definir con una tranquilidad y clarividencia que para si quisieran la mayoría de delanteros de la Liga.

En resumen, 3 goles y 2 asistencias de la criatura, que lo convierte en el máximo goleador y asistente de las cinco grandes ligas europeas. Nuevas cifras con las que engordar el Bestiapardómetro; ése que mi tío Carlos no podrá volver a decirme que se me ha olvidado añadir a mi crónica, ya que tras el partido, quizás su último y también único momento de consciencia en sus últimos días, nos dejaría pasada la medianoche. Descansa en paz, Tío Carlos. Hoy mi crónica va por ti.





jueves, 13 de diciembre de 2018

UCL 2018-19. Jornada 6. Barça-Tottenham. Golazo de Dembélé, y poco más que parece haberle redimido.

Menuda temporadita que llevamos con el amigo Dembélé. La misma noche anterior al partido con el Tottenham, me pidieron intervenir en la radio para hablar del chico. Y así se presentaba el último partido de la fase de grupos de la Champions, hablando más de los retrasos de Dembélé, que de la ausencia lamentable en una convocatoria del partido donde no te juegas nada de la perla de La Masía, Riqui Puig.


Valverde había convocado a todos los disponibles del primer equipo, incluyendo a Messi, Suárez, Ter Stegen , Jordi Alba y Piqué, todos en el banquillo. Debutaban en Champions Juan Miranda, para dar descanso en la banda izquierda al de L´Hospitalet, y Aleñá, cada día más en dinámica primer equipo, afortunadamente. En el medio volvía Arthur, y arriba, tridente inédito con Coutinho, Munir, y el protagonista de la semana, Ousmane Dembélé.

Todavía no se habían asentado los dos equipos, cuando Dembélé se aprovechó de la candidez del lateral nobel Walker-Pieters, para echarse al monte en conducción, y en un alarde de condiciones con ambas piernas, desbordar con la pierna izquierda, recortar dentro del área al desaforado rival que venía a tapar a la deseperada el presunto disparo con la derecha, para acabar definiendo cruzado de nuevo con la izquierda, en seguramente uno de los mejores goles de la competición esta temporada. Un gol a la altura de muy pocos y que define bien las virtudes del francés, la rapidez en la conducción, el desborde, y la calma para la definición apoyado en su facilidad para dominar ambas piernas.

El Camp Nou se vino abajo y muchos se lanzaron a perdonarle sus tropelías disciplinarias en los entrenamientos, tras noches en vela jugando al Fortnite seguramente. Pero no es menos cierto que tras ese fulgurante destello no aportó absolutamente nada más positivo, en un partido intrascendente por otra parte, y sí que vivimos algunas de esas pérdidas irresponsables que montaron transiciones de parte de los ingleses, casi siempre afortunadamente bien resueltas por la pareja de centrales zurdos, Vermaalen y Lenglet, éste último sintiéndose bastante a gusto en el perfil derecho, en otra magnífica noticia por parte del central francés.

Poco a poco, según avanzaban los minutos, un necesitado Tottenham, pese a que el tempranero gol del PSV en Milan estuvo clasificado en casi todo momento, fue haciéndose dueño del partido, aunque chocando siempre con la buena actuación de nuestros centrales, y si alguna vez los superaban, un infranqueable Cillessen, se mostraba exultante pese a la falta de continuidad a la que le condena el nivel del intratable Ter Stegen. El holandés demostró, como casi cada vez que juega, que está para ser titular prácticamente en cualquier equipo de los clasficados para los octavos de Champions. Se hace difícil pensar que podamos mantener semejante dupla de porteros por muchas temporadas más. Además, Jasper merecería que se le dieran todas las facilidades para su salida, dado su rendimiento y actitud estas tres temporadas.

Al final el Tottenham, por el mismo paso del partido fue acercándose al empate, que por fin encontró a pocos minutos del final por Lucas Moura, que ya había sido negado por nuestro porterazo holandés en un par de ocasiones antes, habilitado por el grandísimo delantero Harry Kane, que sacó al central de sus sitio para acabar entrando por la espalda de un Semedo, cuya mejora el último mes no esconde un manual de malas prácticas defensivas preocupante, y que tan solo su brutal velocidad eclipsa parcialmente. Antes había salido un rato Messi, quien en modo ahorro de energía apenas lanzó un par de pases marca de la casa en el rato que estuvo sobre el campo.

Al final, empate y todos contentos, pues el Inter fue incapaz de remontar en Milán al PSV y merecidamente quedó eliminado del bombo de octavos, donde sí estará el Tottenham Hotspur, cuya propuesta futbolística es mucho más sugestiva, y que tiene una buena pléyade de futbolistas de nivel que le pueden dar un susto a cualquiera.

Y en el barcelonismo, el debate de Dembélé cada vez más azuzado, para abrir otro cisma, como si no tuviéramos ya suficiente. Yo sigo pensando que no es el jugador que el Barça necesita, y mucho menos si su cotización sigue subiendo hasta permitirnos recuperar la inversión realizada, pues el escenario de juego que yo quiero para el Barça no dará lugar a páramos tras los centrales y laterales contrarios que pueda explotar la velocidad y el regate de Dembélé. Y, sin embargo, un chico que ya se puso en rebeldía para forzar su llegada al Barça y que ha llegado (que se sepa) un par de veces tarde, horas no minutos a los entrenamientos, no me parece que tenga la predisposición para dejarse orientar personal y futbolísticamente para mejorar su encaje dentro del grupo y del fútbol del equipo. Sé que no es una opinión muy popular a día de hoy, pero veo tan difícil que la pueda cambiar, como que el club tenga la visión suficiente para venderlo en el momento adecuado que podría ser el próximo verano si sigue teniendo los impresionantes números de este comienzo de temporada. Y es que como dice @eldeu, yo estoy harto de correr.

martes, 11 de diciembre de 2018

Liga 2018-19. Jornada 15. Messi responde sobre el campo en un derby inesperadamente desequilibrado

Había sido la pasada una semana llena de noticias laterales al césped, que es donde Messi se siente realmente a gusto. Su polémico quinto puesto en el Balón de Oro, más allá de la justicia de su ganador, y las declaraciones de Pelé sobre sus supuestas limitaciones en el juego, habían copado la actualidad azulgrana los días anteriores a la visita al Espanyol, en el derbi metropolitano. Un Espanyol, que había visto frenada su buena campaña con las últimas derrotas, algunas inesperadas, que lo han alejado de los puestos de honor que durante las primeras jornadas estuvo merodeando.


Las dudas no se habían disipado entorno al juego azulgrana, y pese a las numerosas peticiones de espacio para los canteranos, encabezados por Aleñá y Riqui Puig, protagonistas de los últimos partidos en el Camp Nou en Liga y Copa, Valverde dejó claro en la convocatoria y en el once, de su inmovilismo. Una vez superada la crisis de Instagram de Arturo Vidal, parece claro que el chileno será de la partida en todos aquellos partidos en los que Valverde vislumbre dificultades, que serán muchos viendo su carácter temeroso y conservador. Esto implica que entre Coutinho, Arthur y Dembélé, saldrá el 11º titular en los partidos grandes. El sábado, ante la lesión de Arthur y las discretas últimas actuaciones de Coutinho, fue Dembélé el agraciado con una plaza en el equipo titular.

El partido comenzó con una buena presión azulgrana, tanto tras la pérdida como en la salida de balón periquita, liderada por la impulsividad de Vidal, y apoyada desde atrás en la continua anticipación de los centrales, Lenglet y Piqué, cada vez más asentados como pareja. Dembélé, esta vez por izquierda mejoraba la sincronización con las entradas de Alba, interiorizando con más sentido del habitual; y Suárez, recuperado de sus dolencias, volvía a fijar la defensa, abriendo pasillos sobre los que podía percutir un Messi, claramente más metido en el partido que el día del Villarreal.

Y no podemos tardar más en centrarnos en la Bestia Parda. Poco amigo de la polémica surgida a su alrededor, el rosarino se limitó a responder donde lo lleva haciendo más de una década, en el campo. Puntual en la cita como cada semana, su sola presencia desbordó por completo al rival. Al cuarto de hora, un slalom tan típico como irreproducible para el resto de los mortales acabó en una falta que se encargó de teledirigir hacia la misma escuadra, ante un impotente Diego López que estiró todo su enorme cuerpo al máximo para ver cómo el balón se iba alejando de él, hasta rozar el poste y alojarse mansamente en el lateral interno de la red de su portería. No es posible tirar esa falta mejor, sencillamente. El Barça se ponía por delante y con el partido de cara todo fluyó mucho más fácilmente.

Un par de genialidades más, dejaron a Suárez solo, pero no estuvo acertado el uruguayo, siendo negado por el portero y el poste respectivamente. Entre medias, un balón dividido tras varios recortes imposibles, acababan en los pies de Messi, quien de espaldas habilitaba al díscolo Dembélé, quien tras recortar con la izquierda, colocaba el balón con la derecha en la escuadra de Diego López que tampoco tuvo opción ninguna en el segundo tanto. De ahí al descanso, un continuo gotear de acciones ofensivas azulgranas, con un segundo palo, esta vez de Messi con la cabeza que Pelé dice que no sabe rematar. Y casi en el descuento, Suárez metiendo ese culo que debería ser patrimonio de la humanidad, ganaba un espacio precioso a un pase de Dembélé para batir bajo las piernas a un portero españolista que esta vez sí que pudo hacer algo más. 0-3, descanso y derby más que decidido.

En la segunda parte un animoso Espanyol intentó acercarse, a base de empuje y balones parados otra vez deficientemente defendidos por el Barça. Pero otra falta, algo más alejada daba la oportunidad a Messi de engañar a todos con el centro para acabar lanzando por fuera de la barrera y marcar por segunda vez de falta en el partido, como ya hizo en el Supercopa de Europa de 2015 ante el Sevilla. El partido languideció sin más noticia que un gol de la honra del Espanyol anulado vía VAR con bastante suspense. Messi había transformado un supuestamente igualado en la previa derby, en poco más que un entrenamiento con público. Público que una vez más fue evacuando antes de tiempo, ante la enésima exhibición del indiscutiblemente a mi modo de ver mejor jugador del mundo, como ha venido siendo durante la última década de manera ininterrumpida.

A la sombra de su actuación, otros compañeros tuvieron actuaciones destacables, una vez el encuentro había sido resuelto por su genialidad. Así, Dembélé jugó para mi el mejor partido futbolísticamente de la temporada, Suárez volvió a minar la moral de los defensas, y Vidal compensó de manera compulsiva cada movimiento de Messi, mandando a Rakitic, algo más entonado, al interior izquierdo, en lo que presumo será la solución de las grandes noches europeas. Propuesta muy alejada de mi gusto sin duda, pero que tiene toda la pinta que será lo que vivamos a partir de febrero entre semana. No quiero olvidarme de Lenglet, un valladar inexpugnable por arriba y por abajo, maestro en la anticipación y con un primer pase tenso que facilita enormemente una aseada salida y asentamiento del equipo en campo contrario, fundamental para la segunda portería a cero consecutiva tras la sangría acaecida desde comienzos de septiembre en Liga.

Buen momento para actualizar el Bestiapardómetro, pues hubo movimiento casi en todos los parámetros:




lunes, 10 de diciembre de 2018

Final Libertadores 2018. River-Boca. Testigo de un evento histórico sin igual.

Ha sido este un puente especialmente intenso, y no solo gracias al viaje familiar anual que suele programar mi padre, el primigenio Culé de Chamberí, y que esta vez nos ha llevado a recorrer Cantabria, desde los picos de Europa a Cabárceno, para disfrute de los pequeños. Con el objeto de evitarnos el trastorno del seguro atasco de vuelta, habíamos ya decidido adelantar la vuelta al sábado por la tarde, lo que dejaba el domingo ya en Madrid, de vuelta, tranquilo en casa. Pero el viernes, mientras disfrutaba de los apetecibles manjares del restaurante de la familia de Iván de la Peña, en el barrio pesquero de Santander, me llegó un whatsapp de un nuevo grupo: "Final Copa Libertadores". Al abrirlo, uno de #MisVikingos me invitaba a presenciar en directo el River-Boca del Bernabéu. Sin duda, soy un tipo con suerte, como decía casualmente un enamorado del miembro más ilustre del restaurante donde estaba comiendo, Javi Roldán.



Sí, soy un tipo con suerte, porque lo que hace un mes me parecía algo maravilloso por histórico, pero extraordinariamente lejano, acabó, tras una serie de coincidencias desgraciadas y en absoluto deseables, disputándose a pocos kilómetros de mi morada chamberilera, lo que, junto a los buenos contactos de #MisVikingos, abrió la posibilidad de poder formar parte, siempre desde un respetuoso segundo plano, de lo que ya por entonces entendí como el partido más importante de la historia del fútbol a nivel de clubes.


El destino, igual que el fútbol, es muy cabrón, y ello se hizo patente una vez más. Quien había conseguido las entradas no pudo acompañarnos al partido, postrado en la cama con un gripazo de aúpa. Al final fuimos otros 3 futboleros los que disfrutamos de un espectáculo impactante. Desde el despliegue de seguridad hasta el desenlace del partido.

Entramos una hora antes, tras las pertinentes cervezas en los alrededores, en el perímetro de seguridad que se había formado para la ocasión, blindando la Castellana y tan solo dejando acercarse a las proximidades del Estadio a quienes disponían de entrada. Policia a caballo nos recibía para después pasar un primer y exhaustivo control de seguridad. Una vez dentro, el ambiente era más bien afable, por lo que pudimos tomarnos una última cerveza en el mítico Jose Luis, donde otros de #MisVikingos, los Hortal, suelen celebrar el postpartido con su numerosa y madridista familia, y que alguna vez he tenido la suerte de compartir con ellos. Ni rastro de incidentes en los alrededores afortunadamente, así que decidimos entrar con tiempo para disfrutar del ambiente en el interior del estadio.

Ninguno de los tres que tuvimos la fortuna de presenciar el partido teníamos una preferencia clara, afortunadamente, porque las entradas nos ubicaron en el fondo en el que estaban los aficionados de River Plate. Una vez dentro, el ambiente se caldeó, pero muy civilizadamente. Quizás, lo único bueno de todo lo que ha pasado es que se ha despojado de violencia a la pasión. No sé si, a cambio, perdiendo algo de autenticidad, pero a ojos de un europeo ya descreído, y que ha vivido cinco finales de Copa de Europa, la pasión que rodeaba el partido me pareció muy superior a cualquier final que haya podido presenciar. Solo puedo compararla a la de la final de Wembley en el 92, pero más por la carga emocional que para mi tuvo, que por el ambiente en si.

Debo reconocer que, pese a paladear cada segundo de la noche, uno tenía la sensación de estar usurpando el lugar de alguno de los 66.000 espectadores que unas semanas antes tuvieron que volverse a casa sin ver el partido desde el Monumental de Núñez, y que, en su mayoría, no eran culpables ni cómplices de la barbarie que se había desencadenado a pocos metros del estadio, propiciada por un dispositivo de seguridad que no entra en la cabeza de ninguna persona medio cuerda. Lo mío fue toda la noche un disfrute agridulce, una ilusión con un punto furtivo, casi clandestino, pues sabía que mi sitio correspondía a alguno de esos hinchas de River, por lo que también imbuido por el ambiente que me rodeaba, me convertí durante algo más de dos horas en un gallina más, porque millonario, uno no se puede sentir ni por esas.

El estadio estaba hasta la bandera. Tan solo estaban vacías unas zonas que, imagino, por seguridad se dejaron sin ocupar. Mis amigos madridistas me comentaban, que ni siquiera se veían los vomitorios, pues todos los pasillos estaban llenos de gente de pie. Suerte que teníamos el césped cerca como vía de escape alternativa. Y es que el partido se vivió entero de pie, nadie se sentó en ningún momento de los 120 minutos. Tan solo en el descanso y antes de la prórroga pudimos descansar un poco en nuestros estrechísimos asientos. Una vez salieron los dos equipos, el ambiente era impresionante, digno de lo que estaba a punto de comenzar.

El partido empezó con cambio de campo y con Andrada, el portero de Boca, defendiendo el arco que teníamos a apenas una decena de metros. El meta bostero no se libró de todo tipo de insultos, cánticos y mofas, pero no cayó ni un papel al campo. La única pega que se le puede poner al partido, calidad aparte, es que los 4 goles fueron en la otra portería, tan lejana que no dejaba percibir con claridad la peligrosidad de los ataques. Estando casi a ras de césped, eso sí, se podía apreciar perfectamente a defensas y delanteros, cómo se perfilaban, cómo se buscaban, y lo flojos técnicamente que era todos los defensas del partido, no sé si apelmazados por la responsabilidad, pero muy alejados del estándar europeo en cuanto a control, desplazamiento y rapidez con el balón en los pies. También la diferencia de césped, mucho más rápido y menos tupido en Europa es posible que tuviera influencia en esta percepción.

La primera parte fue una apología de la intensidad, carente de todo fútbol. Cada balón dividido por la falta de precisión era luchado como el último de una vida. Los dos equipos jugaban absolutamente maniatados por el peso de la responsabilidad, y solo los fallos impropios de los defensas acercaban al peligro, aunque creo que no hubo un solo tiro entre los tres palos. Hasta el minuto 44, donde un buen balón en profundidad de Nández habilitó a Benedetto, que ya al cuarto de hora se había visto que se elevaba con cierta solvencia por encima de los otros 21. El delantero de Boca, desbordó con un auto-pase al central de River, que fue al suelo como un juvenil, y se plantó solo ante Armani, que salió tapando mucha portería. Pero Benedetto, con mucha calma, y no menos calidad y solvencia, lo puso al poste izquierdo, imposible para el meta de River. El otro lado del campo, que hay que decir que eran mayoría con cierta claridad enloqueció, y en mi fondo se inauguró un funeral, que se prolongó durante el descanso. Apenas se oían conversaciones en el intervalo; aquella algarabía inicial había dejado paso a una congoja de proporciones bíblicas porque, no olvidemos, el resultado de ayer tiene toda la pinta que va a dar una ventaja irremontable en las tertulias bonaerenses de las próximas décadas. La tensión y el sentimiento se podían cortar con un cuchillo en el descanso. Apenas algún grito apelando a los jugadores rompía aquella suerte de velatorio multitudinario.

El comienzo de la segunda parte tampoco pintaba muy bien para River, pues Benedetto bajaba con solvencia balones en la frontal, provocando incluso faltas peligrosas que el árbitro, lamentable toda la velada, se encargaba de menoscabar con distancias de barrera bochornosas. Sin embargo, a la hora de partido cambió todo gracias a dos sustituciones. Schelotto, parece que en un cambio ya pactado por su limitación física sacó del campo al mejor de Boca sin duda, Benedetto. Además, un par de minutos antes, el Muñeco Gallardo, había sacado del banquillo al bueno de ellos, Juan Fernando Quintero. Estos dos cambios, dieron la vuelta al partido. Boca, cambió la finura y la clase de Benedetto por un armario ropero de tres cuerpos, cuya única virtud me pareció la de ser indestructible, pues se levantó en segundos de una tarascada de roja indudable en Europa que hubiera dejado cinco minutos en el suelo a cualquier otro mortal. Y River, sacó a un jugador, que desde los dos primeros balones que tocó, dio con la tecla. Empezó a romper líneas con pases perpendiculares, llenos de sentido. Y con ese espíritu llegó la jugada del empate, empezada, cómo no, por Quintero, y continuada por Fernández y Palacios a un toque para que el goleador Pratto apenas tuviera que empujar. Sinceramente, no recuerdo haber vivido un gol como ese en una grada, una explosión de alegría salvaje, gente desconocida abrazándome entre lágrimas, unas lagrimas que serían ya protagonistas del resto de la noche. Miles de aficionados gritaban para sacar de dentro la desesperación en la que les había sumido el gol de Benedetto.

Sin muchos más sobresaltos se llegó a la prórroga. Yo, por dentro deseaba intensamente que aquello no llegara a los penaltis, porque alguno de alrededor se me moría seguro de la tensión. En el campo, Quintero seguía rompiendo líneas como el niño que lame un helado, con naturalidad y gustándose. Nada más empezar la prórroga un torpe pisotón de Barrios, dejaba a Boca en inferioridad. Se festejó en el fondo de River, pero enseguida esa fugaz alegría fue opacada por la angustia de no poder marcar ante 10, y tener que ir a los penaltis. El tobogán emocional más irracional que uno puede llegar a imaginar. Pasaban los minutos, se llegó al descanso de la prórroga y una nueva angustia azotaba a la afición de River. Temerosos de una derrota dolorosa que incluso enviara al olvido a los gallinas del 66, que dejaron escapar un 2-0 al descanso ante Peñarol en Santiago de Chile. Pero esto podía ser incomparablemente peor. Hasta que volvió a aparecer Quintero, y su zurda de terciopelo transformada en un lanzamisiles, que perforó la escuadra de la portería de Andrada a diez minutos de la conclusión. Otra locura, otras lágrimas de liberación de la angustia, otros desconocidos abrazándonos.

De ahí al final, vimos a un extraordinariamente valiente y lleno de coraje Boca, ya con nueve tras la lesión de Gago, quien justo antes del final de los noventa minutos había comparecido de nuevo en el que fue su estadio. Los xeneizes se volcaron en un asedio inédito en el resto de la final, amenzando la portería de un Armani, tan seguro bajo palos como tembloroso en cada balón aéreo. En uno de éstos últimos, un central tuvo que sacar a corner, ya bajo palos, un balón que iba a ser embocado y ya en el penúltimo, en tiempo de descuento, el poste impidió un inconcebible empate de Boca, ante el congojo a pocos metros de ese palo de miles de hinchas de River que tragaron saliva y respiraron aliviados en un mismo segundo, para en la salida del siguiente corner, con Andrada hacía ya minutos establecido en área contraria, certificar el título, de nuevo a pase del iluminado Quintero, con una carrera de setenta metros del Pity Martínez ante la portería vacía de Boca en un final a la altura de la final más larga, imprevisible, agónica y cambiante que ni el mejor de los guionistas hubiera sido capaz de imaginar.

En los siguientes minutos, una vez se llegó al final del partido, se vivió el drama en toda su extensión. El fondo de Boca todavía tardó unos minutos en empezar a vaciarse, como si hubieran tardado en asimilar que aquello había sucedido en realidad, y que habían sido derrotados por el eterno rival en el partido de todos los tiempos, tras desaprovechar tres ventajas. Si pienso en lo que había vivido alrededor mío en el descanso, y lo extrapolo a ese momento, no quiero ni imaginar lo que fueron para toda esa gente esos minutos infinitos hasta salir del estadio y alejarse lo suficiente como para empezar a olvidarlo. A mi alrededor, se multiplicaban las lágrimas también. Y no me parecían lágrimas de felicidad, sino de alivio, de una descompresión emocional tal que no dejaba a la mayoría disfrutar del momento. Sin distinción de edad, sexo o condición. Paulatinamente, la hinchada de River, fue poco a poco tomando conciencia de lo que había conseguido. En un principio el ruido no estaba en consonancia con lo conseguido, y sobre todo si lo comparamos con lo vivido al comienzo, pero con el paso de los minutos fueron recuperándose todos para festejar junto a unos jugadores que, en el campo se querían hacer uno y abrazarse con cada uno de ellos. Llegó la entrega de trofeos y los jugadores de Boca, deportivamente, aguantaron estoicos hasta justo el momento antes de entregar la Copa, que ya se ahorraron presenciar, como habían hecho esa mayoría que fue la mitad más uno anoche en el Bernabéu.

Una vez entregaron la Copa, los tres intrusos en aquella fiesta que se presumía ya sin fin, nos retiramos educadamente, pues disfrutar de aquello, sí que estaba claro que no nos correspondía. Nos despedimos de nuestros vecinos de localidad, venidos de todas partes del mundo, deseándoles yo una victoria, altamente improbable visto el nivel, ante el Madrid en el Mundial de Clubes, y nos marchamos para, rodeados ya afuera por seguidores compungidos de Boca, tomarnos una última cerveza con la que poner guinda a una extraordinaria noche de fútbol. Un fútbol de antes, del de nuestra infancia, anterior a toda esta globalización, acceso masivo e inmediato a cada detalle de cada partido, pero mucho menos sentido y auténtico en relación a la forma en que yo entiendo el fútbol en toda su extensión.

Creo que los tres nos hicimos suficientemente acreedores al final de haber tenido la posibilidad de vivir un partido histórico, pues disfrutamos sin el lastre de la tensión de todos los detalles de un partido inolvidable. ¡Gracias, Chou!

martes, 4 de diciembre de 2018

Liga 2018-19. Jornada 14. Barça-Villarreal. Victoria soporifera con dos grandes estrenos

Tras conseguir la primera posición del grupo en el entretenido grupo de Champions que había tocado, el Barça volvía a la Liga en su estadio ante un rival, el Villarreal, en unas posiciones muy por debajo de lo que su potencial e historial reciente en Liga presumirían, pero ante el que cabía hacer una actuación convincente, pues tras dos partidos consecutivos sin ganar en el Campeonato, y con la preocupante imagen que el equipo había dado en Eindhoven, se hacía necesario un golpe sobre la mesa en cuanto a juego, no solo resultados.


Sin embargo, la primera noticia de la tarde no hacía albergar buenos presagios, pues Valverde repetía la alineación de entre semana, en otra muestra más de la alarmante falta de audacia por parte de nuestro entrenador para explotar una plantilla que él mismo había venido calificando de muy mejorada respecto al año anterior. Todo hace indicar que un año más llegaremos a marzo con 11 o 12 tíos fundidos y el resto absolutamente faltos de ritmo por la falta de oportunidades que se les brinda durante los primeros seis meses de competición.

Los interiores volvían a ser teóricamente para Vidal y Rakitic, es decir lo menos conveniente para un equipo que seguramente, como así fue, colocara dos lineas defensivas bastante bajas. Lo cierto es que en realidad fue todavía peor. Rakitic fue un doble pivote por derecha de Busquets y Arturo Vidal, ejercía por delante compensando los movimientos que un Messi, falsol nueve, realizaba acercándose a la base ante la escasa producción ofensiva del equipo.

En la primera parte, tan solo nos pudimos llevar a la boca alguna arrancada de un entonado Dembélé por derecha, donde se compenetró bien con Semedo, quien sin embargo sigue sin entender bien qué es lo que le pide la jugada en cada momento, y que acaba centrando siempre inexorablemente contra los cuerpos de los defensores. Así batimos el récord de corners a favor de la Liga. Un motivo como otro cualquiera para ir a Canaletas, vaya. Aunque bien es cierto que en el rechace de uno de ellos, el "mosquito" volvió a ponerla en el área y un imponente Piqué, el mejor del partido para mi, atrás y adelante, cabeceó picando el balón y batiendo a un Asenjo que no pudo desviar su remate.

Apenas unas escasas intervenciones del Messi más apático de la temporada, forzaron un par de amarillas que bien debieron ser alguna más, pues el medio defensivo groguet Cáseres acabó inexplicablemente sin ser amonestado, pese a merecerlo en no menos de tres ocasiones con claridad. El Villarreal, nada de nada. Tan solo una acción de pillo del siempre incisivo Gerard Moreno que acabó en el poste de Ter Stegen ante el único error de la defensa azulgrana en todo el partido, eso sí, muy poco exigida.

En la segunda parte, el Villarreal se echó hacia adelante y pasó a dominar absolutamente el partido, pese a un primer par de minutos en que el Barça tuvo varios corners y disparos a la portería amarilla. No es que amenazaran en exceso, pero eran dueños del balón los de la Cerámica, y estaban a las puertas del área de Ter Stegen durante demasiado tiempo. El aburrimiento del primer tiempo dejaba paso a una cierta inquietud.

Pero en los últimos veinte minutos, Valverde dio la alternativa a Aleñá por Vidal, y en esa posición se mostró más eficiente y amenazador que el chileno, que tampoco es que estuviera mal, pero ensució en demasía jugadas por su movilidad compulsiva y poco meditada. El partido iba languideciendo, hasta que se produjo la jugada del partido. Aleñá le dejó un balón a Messi en tres cuartos, y lanzó un desmarque de ruptura que la Bestia Parda adivinó al instante y le puso entre cuatro defensas un balón que fue al sitio y a la velocidad justa para dejar al canterano mano a mano con Asenjo, y tras controlar el dulce envío del rosarino, levantó con el exterior de su pierna izquierda sobre el cuerpo de Asenjo que apenas pudo rozar el balón con el hombro viendo cómo se colaba mansamente en su portería para finiquitar el partido, y significando en primero gol en Liga de uno de mis protegidos desde hace años, Carles Aleñá.

Carles ya debutó hace un par de temporadas en Copa del Rey en Alicante, marcando el día de su debut el gol que evitaba una vergonzante derrota ante un 2ªB como el Hércules en el Rico Pérez. Fue con un gran disparo ajustado y raso, una de las marcas de la casa. Ayer, puso la finura en vez de la potencia al servicio del gol, y tal y como hace 13 años, una tarde de mayo contra el Albacete Ronaldinho hizo con él, Messi le sirvió en bandeja su primer gol como azulgrana en el Camp Nou. Seguro que será el primero de muchos, aunque cien por cien seguro que serán muchos menos que los que siguieron al del argentino en aquel lejano ya 2005. Un estreno con mucha simbología, del que espero que sea jugador importante en la plantilla la próxima década y al que me gustaría pudiera heredar, espero que en un tiempo todavía lejano la zamarra número 10 del astro rosarino.

En resumen, un partido con mejores números para el teletexto: victoria, liderato, portería a cero tras tres meses en Liga para MAtS, y primer gol de una de las joyas de la Masía. Pero no podemos ocultar el tedio, la falta de fluidez, las escasas amenazas que en un día en el que Messi estuvo de lo más gris que uno recuerda, y las preocupantes sensaciones que siguen dando titulares como Coutinho y Rakitic. Luces y sombras para un partido para el olvido.

Y si, personalmente no lo fue, es por el segundo gran estreno, que ya toca con lo personal, pues tras un fin de semana de cenas de trabajo y del equipo de fútbol, la tarde del domingo en el sofá, tuvo una invitada especial. Mi hija mayor, la menos futbolera de todas, hay que decirlo, estaba empezando a estar un poco malita, y recostada conmigo en el sofá estuvo presenciando todo el partido con su padre, por primera vez. Y al acabar, y preguntarle su madre si se había quedado dormida, le respondió que había estado viendo el partido del Barça con papá tumbada. La tercera generación de Culés de Chamberí, esta vez en formato femenino, parece que va viento en popa.

Seguimos actualizando el Bestiapardómetro, esta vez con una asistencia más:


lunes, 3 de diciembre de 2018

Josep Lluis Nuñez, mi primer "pecident"

Andaba servidor escribiendo la habitual crónica del partido de Liga del Barça, cuando me ha sacudido la noticia de la muerte del presidente más longevo de la historia del club, y mi primer presidente, Josep Lluis Núñez, el "pecident Núñez". Fue un presidente muy controvertido, rodeado de polémica desde su victoria en las elecciones de 1978 hasta su dimisión en el año 2000. 22 años con luces y sombras, muchos títulos y muchas decepciones, pero un error por encima de todos, eternizarse en el cargo acabando por creer que el club era él, como Luis XIV, El Rey Sol, y que nos dejó el club en manos del ínclito Joan Gaspart, su vicepresidente, que heredó además de sus votos, todos los defectos de su mentor y ninguna de sus virtudes, arrastrándonos al más profundo de los infiernos en un trienio de una oscuridad sin límite.



En mayo de 1978, recién estrenada la democracia, fueron llamados por primera vez a las urnas los socios del Barcelona, por expreso deseo del presidente saliente, Agustí Montal en el momento de ceder su puesto al entonces vicepresidente, Raimon Carrasco. Surgieron 5 candidaturas, una de las cuales, la favorita en las encuestas, encabezada por el publicista Victor Sagi, desistió en una polémica y fulminante decisión apenas 48 horas después de haber presentado su programa, y que siempre se ha rumoreado fue ocasionada por un comprometedor dossier que recibió el candidato. Quedaron al final 3, pues el cuarto en discordia se retiró al ver que no tenía posibilidades, uniéndose a la candidatura de Núñez, a cambio de una vicepresidencia, en la que duró apenas un año. El voto catalanista quedaba dividido ente Ferrán Ariño, antiguo presidente del Barça Atlétic, y Nicolau Casaus, barcelonista de solera por su amplio historial sobre todo en las peñas, y que pese a no tener posibilidades de ganar, no aceptó retirarse, para luego de las elecciones pasar a formar parte de la candidatura de Núñez. Fueron unas elecciones broncas, en las que el entonces rey del chaflán (por sus construcciones en las esquinas del Eixample durante el desarrollismo más salvaje del franquismo) se sintió como pez en el agua, conviertiéndose en el 35º presidente del FC Barcelona.

Sus primeros años estuvieron salpicados de pocos, pero sonados triunfos, como su primer título europeo del Barça en la primera temporada de su mandato. Un éxito deportivo y social representado por el masivo y ejemplar éxodo de 30.000 barcelonistas a Basilea, con mi padre, el primigenio Culé de Chamberí incluido. Conseguida en una temporada en la que se había acabado 5º en Liga, eliminados en primera ronda de la Copa del Rey, con cambio de entrenador, dejando Lucien Muller su sitio al mito barcelonista Rifè, recién retirado, esa Recopa venía a confirmar el lema con el que Nuñéz se había presentado a las elecciones: "Per un Barça triomfant". Fue una Recopa llena de sustos y remontadas, como la mítica del Anderletch del gol del "Torito" Zuviría, la del Ipswich Town con gol de Migueli, y la resistencia numantina en semifinales ante el Beveren, la noche en que Puyal bautizó a Artola como ‘Sant Artola Gloriós’ para meternos en la final con una acutación antológica. La final, llena de sobresaltos también, remontada dos veces durante el tiempo reglamentario por el Fortuna de Dusseldorf de Klaus Allofs, con penaltis fallados, Artola desafortunado y un imberbe Lobo Carrasco junto a Krankl como protagonistas en ataque. También fue el debut del Gaspart como forofo sufridor, ya que pasó los últimos 10 minutos encerrado en un baño.

En los años siguientes vinieron la Copa del 1981 ante el Sporting de Gijón, mi primer título como culé consciente, la Recopa del 82 en el Camp Nou ante el Standard de Lieja, y la Copa del 83 ante el Real Madrid en Zaragoza, gracias al golazo postrero del pichón Marcos y con las históricas butifarras de Schuster, tras 90 minutos de caza mayor a un Maradona que no pudo ofrecer más títulos que aquel en su estancia. Eran años de fichajes rutilantes para hacer girar la rueda de los ingresos atípicos que llamaba Núñez, un visionario en esas lides de la publocidad, el marketing y los derechos televisivos. Simonsen, balón de oro con el Gladbach; Schuster, estrella de la Eurocopa de Italia'80, y por encima de todos el mencionado Maradona, que costó 1.200 millones de la España de 1982, pero que entre lesiones, enfermedades, malas compañías y desencuentros con entrenadores y Núñez, acabó por ser traspasado tras la bochornosa final de Copa del 84 con la batalla campal en el Bernabéu contra el Athletic de Clemente y Goikoetxea.

La Liga se le resistía al primer Núñez. Si no era una mala temporada directamente, era un secuestro de su goleador en plena remontada, una desconexión increíble cuando tenías 5 puntos de ventaja a falta de seis jornadas, lesiones de sus estrellas, de todo pasaba, alimentando el pesimismo atávico culé con el que el "Peçident" siempre congenió. Fue precisamente el año que quizás menos lo esperaba el barcelonismo tras tener que vender al entonces mejor jugador del mundo, cuando por fin Núñez pudo festejar una Liga. La temporada 1984-85 nacía con un sonado y contundente triunfo 0-3 en el Bernabéu, y una trayectoria meteórica hacía entonar, a cuatro jornadas del final, el alirón en el mítico partido de Valladolid con el punto de épica que supuso el penalti parado en el último minuto por Urruti, y que hizo exclamar a Puyal aquello del "Urruti t'estimo" tras más de una década de sequía liguera desde el ya lejano 1974.

Pero al contrario de lo que se podía esperar, el proyecto encabezado por el inglés Venables se vendría abajo, sobre todo tras perder la dolorosísima Copa de Europa de Sevilla ante el Steaua, incapaces de anotar un gol en 120 minutos y una tanda de penaltis ante unos semi-profesionales rumanos que venían como corderitos degollados ante más de 70.000 barcelonistas desplazados para la ocasión desde todos los puntos de la península. Siguieron años duros, superados por el Madrid de la Quinta del Buitre, con Schuster apartado del equipo, y teniendo que destituir a Venables a finales de 1987. Luis Aragonés tomó las riendas para salvar la temporada con una inesperada victoria en la Copa del Rey ante la pujante Real Sociedad de Arconada, Bakero, Beguiristain y Zamora. Pero la alegría no le duró demasiado a Núñez que vio como toda la plantilla pedía su dimisión en el Motín de Hesperia, por unas desavenencias en los derechos de imagen tras un cambio de criterio en la tributación de los mismos, que Núñez se negaba a asumir.

Era un momento en el que Núñez se tambaleaba, y le esperaban elecciones al final de la siguiente temporada. Pero en ese momento, tomó la decisión más audaz de toda su trayectoria presidencial: fichar a Johan Cruyff de entrenador, abortando la posibilidad de que fuera usado por sus opositores, que ya le habían tanteado. Cruyff pidió mando en plaza y todo el poder de decisión sobre el equipo y las categorías inferiores azulgrana. Núñez no tuvo más remedio que concedérselo. El novedoso sistema del holandés tardó en asentarse, salvando en sus primeras temporadas con una Recopa y una Copa del Rey in extremis, su destitución, ya pedida por buena parte de la masa social. Ahí Núñez le defendió en una asamblea, y tuvo su premio, pues llegaron cuatro Ligas consecutivas, incluidas las dos de Tenerife arrebatadas al Madrid en el último partido y el más difícil todavía del penalti de Djukic.

Además, entre medias en el histórico 1992 para la ciudad que llevaba el nombre del club, llegó la ansiada Copa de Europa conseguida en Wembley, con Joan Gaspart bañandose en el Tamesis para celebrarlo. Días antes, en uno de sus más recordados momentos de lágrima, Núñez había anunciado que no seguiría ante Lluis Canut en TV3, en lo que dijo que era una forma de quitar presión al equipo. Una vez ganada la Copa de Europa, y la primera Liga de Tenerife a los pocos días, aquí paz y después gloria, y ni rastro de su dimisión. Pero la derrota en Atenas en 1994 empezó a resquebrajar una relación cogida con alfileres con el entrenador holandés, que desembocó en su cese a finales de la temporada 1995-96, con Gaspart como ejecutor e insultos, sillas por los aires y un cisma que todavía perdura a día de hoy en el barcelonismo. A final de esa temporada era cuando en mi opinión, Núñez debía haber abandonado, evitando la radicalización de los ismos, y demostrando que de verdad ponía por encima al club. Pero no fue así.

Sus últimos años, con Robson y Van Gaal, pese a los títulos con uno y con otro, fueron radicalizando a un Núñez que atacaba a todo lo que se le pusiera enfrente, identificando cualquier oposición como un ataque al club. Si bien ya no existían los morenos que amedrentaban a los disidentes en los primeros años de su mandato, se bunkerizó hasta caer en la caricatura en muchos casos, abandonando esa austeridad que tanto le caracterizó sobre todo en la época de Cruyff y que tan bien casaba como contrapunto a las genialidades y en algunos casos excentricidades del holandés. Fichó más que nunca para tapar carencias. Perdió por segunda vez al mejor jugador del mundo, el brasileño Ronaldo, en una negociaciones eternas en su despacho de la calle Urgell, desde donde siempre dirigió el club, y que muestran las contradicciones del nuñismo, pues al mediodía estaba renovado, y por la noche había firmado por el Inter de Milan. Y tras errar en su sustitución se vio obligado a robarle al Dépor a Rivaldo, 4.000 millones de pesetas mediante en el último día del mercado.

Su apoyo firme a Van Gaal como a ningún otro entrenador anteriormente, le llevó a la dimisión en el año 2000, de manera sorpresiva y conjuntamente con el preparador holandés, al que había recurrido como la némesis de Cruyff, al que acusaba de haber sido siempre poco trabajador y de improvisar las decisiones, frente al estoico, metódico y cartesiano Van Gaal, falto de mano izquierda e incapaz de lidiar con un entorno tan complejo como el del Barça, lo que llevó a ambos a una salida prematura de acuerdo a su contrato y mandato respectivamente.

Sin embargo, lo peor del legado de Josep Lluis Núñez fue el "post-nuñismo", encabezado por su vicepresidente Joan Gaspart, el que nos despeñó desde la élite europea hasta la intrascendencia en la Liga española, despilfarrando el dinero que había dejado la traición de Figo y el legado económico de Núñez, dirigiendo y endeudando a golpes de timón para contentar a todo el mundo sin la más mínima capacidad de análisis estratégico a medio plazo. Este desastre, además, para dolor del Peçident, desembocó en unas elecciones ganadas ampliamente por aquellos que tiempo atrás había calificado de "terroristas", cuando el Elefant Blau de Laporta presentó una Moción de Censura que Núñez pudo sortear con el apoyo de sus 25.000 inquebrantables seguidores, que a día de hoy, a mi modo de ver siguen siendo el obstáculo más grande al que se enfrenta este club, pues su inmovilismo, conservadurismo y falta de información al acercarse a la actualidad del Barça por lo que dice el Sport, y principalmente el Mundo Deportivo (Mundeportivo que diría Núñez) hacen inviable la entrada del Barça en el siglo XXI a todos los niveles.

Si nos quedamos en sus números, durante sus 22 años, consiguió  7 Ligas, 6 Copas, 1 Copa de Europa, 4 Recopas, 2 Supercopas de Europa para un total de 29 títulos en fútbol que ampliado a todas las secciones que fueron otro de sus grandes legados se van a los 140. Se encontró con un patrimonio de poco más de 10 millones de pesetas para dejarlo en más de 12.500, pasando de 76.000 socios a 106.000, y de apenas un centenar de peñas a más de 1.300, muchas de ellas internacionales. Como buen constructor, dejó varias ampliaciones del Camp Nou y del Palau, el Mini Estadi, el Museu, que a día de hoy lleva su nombre y La Masía. Convirtió un club local en uno admirado internacionalmente, una empresa familiar en una multinacional de éxito, de eso no cabe duda.

Para mí, Núñez siempre será el presidente de mi niñez, mi primer presidente, el de las Recopas, los lloros, el victimismo, los lapsus y gazapos (Cliper por Kluivert, la ciudad que lleva el nombre de nuestro equipo, socis&patizants...), el que llegó a pensar que el club era Él. Pero también quien me hizo disfrutar de Quini, Schuster, Maradona, Ronaldo, Rivaldo, y sobre todo quien fue capaz de encomendarse a Cruyff para forjar un tándem tan extraño, discordante y paradójico como eficaz, y que con su austeridad patrimonialista aprovechó su visión empresarial para hacer crecer y enriquecer al club. Descanse en paz.