viernes, 29 de noviembre de 2019

UCL 2019-20. Un halo de esperanza con asterisco



Tras el generalmente aceptado como ignominioso partido de Leganés, el Barça se enfrentaba en Champions League al primer partido verdaderamente trascendente de la temporada. A lo mejor llamarlo final era tan innecesario como rimbombante, pues en el peor de los escenarios, habría quedado un especie de repesca en San Siro contra el Inter de Conte, pero aparte de la relevancia clasificatoria un buen resultado, más si acompañado por un convincente despliegue en el juego podría tener unos efectos psicológicos extraordinariamente positivo en la magullada autoestima culé ante una serie de partidos antes final de año que se asoman en el horizonte liguero.

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Pese a la vuelta a la convocatoria el día antes de Arthur, la alineación de Valverde, estrenando Rakitic titularidad por primera vez en la temporada, condenaba al centrocampista brasileño al banquillo, en una muestra más de que ha pasado a ser el que se coloca delante tan solo de Aleñá en los pensamientos del técnico azulgrana. La segunda decisión tampoco nos sedujo a los más ortodoxos, y fue la presencia de Dembelé como tercer miembro del ataque, relegando a Griezmann a la suplencia en un partido importante, algo que tiene más de simbólico que preocupante quizás, pues no veo al francés con un carácter como para achicarse por un contratiempo. La tercera decisión fue la presencia de la siempre perturbadora alineación de dos centrales zurdos, como Lenglet y Umtiti.

El partido empezó con susto, y con Ter Stegen y Umtiti salvando el 0-1. Fueron unos minutos donde las ganas superaban al juego, y el Borussia, pese a salir con una alineación muy conservadora, intentó presionar los primeros pases azulgranas con agresividad, y Rakitic, falto de ritmo de partidos, sufría más que otros. Pero enseguida, Dembelé empezo a revolotear por la frontal amarilla, y los alemanes pasaron a un repliegue bastante bajo, que a mi modo de ver les condenó. El mosquito francés, que sin estar demasiado brillante y acertado, sí que estaba muy bullicioso tuvo la mala suerte de volver a caer lesionado muscularmente, dejando una imagen de desolación absoluta, que al menos deja atrás esa sensación de indolencia que le ha acompañado toda su trayectoria en el Camp Nou. El chico estaba realmente afectado. En su lugar entró Griezmann.

Y despertó la Bestia Parda también. En su partido 700 con la zamarra culé, y coincidiendo con el Dia del Maestro, era lógico pensar que nos brindaría algo especial. Empezó asistiendo a Suarez que marcó, pero fue anulado por fuera de juego. Repitió minutos después y esta vez el tanto del uruguayo sí que subió al marcador, definiendo por entre la piernas de Bürki. Pocos minutos después, tras la enésima anticipación de Frenkie de Jong, quien volvió a deleitarnos con un clínic de centrocampismo moderno guardando las esencias, Messi hizo un tuya mía con Suárez para acabar cruzando con suavidad al fondo de las mallas, en lo que parecía claramente el sello de la clasificación como primero de grupo por decimotercera temporada consecutiva, lo que muestra la regularidad del club en la élite europea.

Llegado el descanso, muchos solo veíamos la segunda parte como una oportunidad de recuperar a Griezmann para la causa. Y lo mejor de todo, es que Messi estaba en sintonía con esa oportunidad. Ya nada más reanudarse el juego, ya lo dejó mano a mano con Bürki, pero el portero le sacó el disparo con la pierna izquierda. Se habían repetido algunas buenas combinaciones desde la entrada del francés en juego, y se le veía más metido que otra ocasiones. Por fin tuvo oportunidad de estrenarse en Champions en otra asistencia quirúrgica de la Bestia Parda que le puso el balón a la espalda de su marcador con la fuerza precisa para que solo se tuviera que preocupar de definir. Y bien que lo hizo cruzando a la base del poste izquierdo. Y lo mejor venía justo después con la carrera de Messi a saltar a abrazarlo de manera absolutamente espontánea, pero que aleja los postulados de los maledicentes.

De ahí al final, Jadon Sancho, que afortunadamente había sido reservado por Tuchel, entregó su curriculum al Camp Nou, con regates, velocidad, pases decisivos con el exterior y disparos potentes que obligaron a Ter Stegen a emplearse a fondo, para evitar lo inevitable, que al final llegó. Un seco disparo desde el punto de penalti significó el gol del honor borusser, que aun pudo entrar en el partido con alguna escaramuza afortunadamente inocua.

El partido dejó bastantes detalles esperanzadores además de los ya comentados, como la gran actuación de Umtiti, anticipando en campo contrario como hace año y medio que no veíamos, y bien compenetrado con Lenglet pese a la problemática de la lateralidad. Los laterales estuvieron incisivos sin descuidar la retaguardia, y hasta Rakitic se fue encontrando durante el partido. Busquets volvió a ser ese pulpo robando más de una docena de balones y Suárez nos mostró la mejor cara de Champions que se recuerda, agresivo y acertado.

Sin embargo, todas estas teóricas buenas noticias no dejan de llevar un asterisco. Y ese asterisco fue la paupérrima presentación del Borussia Dortmund en el Camp Nou. Parece otro equipo, no ya con el que el año pasado arrasó al Atlético de Simeone en fase de grupos, sino con el mismo Borussia que nos tuvo contra las cuerdas en el Signal Iduna en la primera jornada de esta edición, y que si no es por Ter Stegen, nos habría infundido un correctivo sonrojante. Fuera de Sancho, suplente para más inri, nada que destacar de un equipo sin alma, sin rumbo, y que tiene muy difícil su clasificación para octavos tras el triunfo del Inter en Praga, y el hecho de que el Barça irá a poco más que hacer turismo a Milán en la última y decisiva para ellos jornada.

Ahora viene el Atleti en Liga, con la ausencia de Busquets por acumulación de amonestaciones. Pese a la discreta temporada rojiblanca, no deja de ser un rival difícil, incómodo e irritante para el Barcelona, que todavía no conoce la victoria en el nuevo estadio colchonero. Veremos si el domingo a medianoche, no podemos decir lo mismo.

lunes, 25 de noviembre de 2019

¿Quo Vadis, Barça?

Nunca pensé que llegaría a ocurrir, pero a continuación va una crónica sin haber visto ni un triste resumen del partido contra el Leganés. No sé si habéis observado que esta temporada, tras más de tres años de blog que arrancó en un lejano Barça-Betis de agosto de 2016, estoy siendo guadiánico en mis apariciones. Ya no queda aquella puntualidad en las crónicas de todos y cada uno de los partidos del Barça, y como último ejemplo, no he escrito una triste entrada en este, próximo a finalizar, mes de noviembre. Hasta este pasado sábado, tenía cierto sentimiento de culpabilidad por tanta pella, novillo o campana cronística culé. Pensaba que me faltaba disciplina y me sobraba dejadez, y no dejaba de ser cierto. Pero al leer la alineación el sábado antes del mediodía del Barça en Leganés ocurrió lo impensable.

Hace ya algún tiempo que viré los cuarenta, y hace casi esos mismos que empecé a seguir fervientemente al Barça desde aquella fría tarde-noche de febrero en el pueblo de mi madre, junto a una vetusta radio que sintonizaba la onda media en el comedor de casa de mis abuelos, junto al primigenio Culé de Chamberí, inoculador de este bendito veneno que es el barcelonismo. En todo este tiempo profesando, habiendo tenido la posibilidad de seguir, ya sea por radio en aquellos años 80, y más tarde por televisión, nunca había dejado pasar esa oportunidad de seguir a mi equipo. Hasta el sábado. El sábado decidí ocupar mi tiempo en algo no solo más útil, que algo de ello siempre ha existido, y si no que pregunten primero a mi madre y después a mi mujer, sino a algún menester que me resultara menos ajeno que ese encuentro que nos enfrentaba a mi admirado Leganés (ciudad en la que hace años que trabajo) en Butarque.

Y esto no es flor de un día, un cabreo puntual, sino el final de un proceso cuyo inicio se pierde en aquella triste tarde de verano donde el Barça debía jugar en Munich y nos llegó el mazazo de la recaída de Tito Vilanova en su fatal enfermedad, imposibilitando que el "marqués", como le apodaban en La Masía, pudiera seguir al frente del equipo. La triste temporada del Tata Martino, el trepidante pero descendiente trienio de Luis Enrique, y el todavía vigente de Valverde, me ha desenganchado lenta, paulatina pero inexorablemente de mi equipo. Como decía San Pedro: ¿Quo vadis, Barça? ¿A dónde te diriges?, que ya no te reconozco.

La gota que colmó el vaso fue una nueva alineación en la que me tiraba a la cara un doble pivote y la ausencia de interiores en el once. Una comorbilidad que tras haber soportado en el infame partido del Slavia en el Camp Nou, era demasiado para mi castigado corazón culé. Me han catalogado de fundamentalista, pero creo que, muy al contrario, es pura coherencia vital. Cuando vas peinando canas, florenciendo entradas y avistando arrugas, vas alejándote de los planes nocturnos desenfrenados, y sobre todo cuando te conviertes en padre, te das cuenta de que tener la razón está sobrevalorado, y cada vez valoras más el proceso, no el final. Te pasa con tus hijos sobre todo, pero también con la familia y los amigos.

En el fútbol, esto se traduce en que cada vez me importa menos el resultado eres más exigente con las dos horas que le dedicas al Barça, que hasta el mismo sábado siempre te quedaba Messi, y mínimo su media docena de genialidades funcionariales de cada partido, pero viendo lo que se avecinaba, ni siquiera un potencial gran partido de la Bestia Parda me compensaba por dentro. Me veía enfadándome en el minuto 3 ya, porque no se recibía una pelota a las espaldas del mediocampo contrario, o acababa en un balón largo una salida de balón claramente poco trabajada y menos interiorizada, y no quería volver a vivirlo. Al menos no el sábado antes de mediodía con todo el fin de semana por delante.

Sé que será una cuestión pasajera, y seguro que el miércoles me vuelvo a sentar ante la pantalla, ya que una vez más no tendré la posibilidad de ver el partido en directo en el Camp Nou por esos malditos y siempre presentes 600 kilómetros que me llevan separando toda una vida del asiento de tercera gradería del Camp Nou, desde el que me gustaría juzgar como un ciudadano de la antigua Roma a mi equipo. Tras compartir mi decisión el sábado una hora antes del inicio del encuentro, vi que muchos otros culés estaban en situación similar, viviendo una crisis de desencanto, en lo que creo es un indicio muy preocupante ante el que harían bien no dar la espalda los que mandan en Aristides Maillol, que parece que solo se preocupan de hacer pasar por caja a cuantos más turistas sea posible cada tarde de partido, eso sí, en un cortoplacismo muy en línea con lo que se percibe desde el vestuario, con su entrenador a la cabeza.

Por cierto, ganamos, pero eso a quien le importa ahora...