lunes, 25 de noviembre de 2019

¿Quo Vadis, Barça?

Nunca pensé que llegaría a ocurrir, pero a continuación va una crónica sin haber visto ni un triste resumen del partido contra el Leganés. No sé si habéis observado que esta temporada, tras más de tres años de blog que arrancó en un lejano Barça-Betis de agosto de 2016, estoy siendo guadiánico en mis apariciones. Ya no queda aquella puntualidad en las crónicas de todos y cada uno de los partidos del Barça, y como último ejemplo, no he escrito una triste entrada en este, próximo a finalizar, mes de noviembre. Hasta este pasado sábado, tenía cierto sentimiento de culpabilidad por tanta pella, novillo o campana cronística culé. Pensaba que me faltaba disciplina y me sobraba dejadez, y no dejaba de ser cierto. Pero al leer la alineación el sábado antes del mediodía del Barça en Leganés ocurrió lo impensable.

Hace ya algún tiempo que viré los cuarenta, y hace casi esos mismos que empecé a seguir fervientemente al Barça desde aquella fría tarde-noche de febrero en el pueblo de mi madre, junto a una vetusta radio que sintonizaba la onda media en el comedor de casa de mis abuelos, junto al primigenio Culé de Chamberí, inoculador de este bendito veneno que es el barcelonismo. En todo este tiempo profesando, habiendo tenido la posibilidad de seguir, ya sea por radio en aquellos años 80, y más tarde por televisión, nunca había dejado pasar esa oportunidad de seguir a mi equipo. Hasta el sábado. El sábado decidí ocupar mi tiempo en algo no solo más útil, que algo de ello siempre ha existido, y si no que pregunten primero a mi madre y después a mi mujer, sino a algún menester que me resultara menos ajeno que ese encuentro que nos enfrentaba a mi admirado Leganés (ciudad en la que hace años que trabajo) en Butarque.

Y esto no es flor de un día, un cabreo puntual, sino el final de un proceso cuyo inicio se pierde en aquella triste tarde de verano donde el Barça debía jugar en Munich y nos llegó el mazazo de la recaída de Tito Vilanova en su fatal enfermedad, imposibilitando que el "marqués", como le apodaban en La Masía, pudiera seguir al frente del equipo. La triste temporada del Tata Martino, el trepidante pero descendiente trienio de Luis Enrique, y el todavía vigente de Valverde, me ha desenganchado lenta, paulatina pero inexorablemente de mi equipo. Como decía San Pedro: ¿Quo vadis, Barça? ¿A dónde te diriges?, que ya no te reconozco.

La gota que colmó el vaso fue una nueva alineación en la que me tiraba a la cara un doble pivote y la ausencia de interiores en el once. Una comorbilidad que tras haber soportado en el infame partido del Slavia en el Camp Nou, era demasiado para mi castigado corazón culé. Me han catalogado de fundamentalista, pero creo que, muy al contrario, es pura coherencia vital. Cuando vas peinando canas, florenciendo entradas y avistando arrugas, vas alejándote de los planes nocturnos desenfrenados, y sobre todo cuando te conviertes en padre, te das cuenta de que tener la razón está sobrevalorado, y cada vez valoras más el proceso, no el final. Te pasa con tus hijos sobre todo, pero también con la familia y los amigos.

En el fútbol, esto se traduce en que cada vez me importa menos el resultado eres más exigente con las dos horas que le dedicas al Barça, que hasta el mismo sábado siempre te quedaba Messi, y mínimo su media docena de genialidades funcionariales de cada partido, pero viendo lo que se avecinaba, ni siquiera un potencial gran partido de la Bestia Parda me compensaba por dentro. Me veía enfadándome en el minuto 3 ya, porque no se recibía una pelota a las espaldas del mediocampo contrario, o acababa en un balón largo una salida de balón claramente poco trabajada y menos interiorizada, y no quería volver a vivirlo. Al menos no el sábado antes de mediodía con todo el fin de semana por delante.

Sé que será una cuestión pasajera, y seguro que el miércoles me vuelvo a sentar ante la pantalla, ya que una vez más no tendré la posibilidad de ver el partido en directo en el Camp Nou por esos malditos y siempre presentes 600 kilómetros que me llevan separando toda una vida del asiento de tercera gradería del Camp Nou, desde el que me gustaría juzgar como un ciudadano de la antigua Roma a mi equipo. Tras compartir mi decisión el sábado una hora antes del inicio del encuentro, vi que muchos otros culés estaban en situación similar, viviendo una crisis de desencanto, en lo que creo es un indicio muy preocupante ante el que harían bien no dar la espalda los que mandan en Aristides Maillol, que parece que solo se preocupan de hacer pasar por caja a cuantos más turistas sea posible cada tarde de partido, eso sí, en un cortoplacismo muy en línea con lo que se percibe desde el vestuario, con su entrenador a la cabeza.

Por cierto, ganamos, pero eso a quien le importa ahora...


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