sábado, 11 de julio de 2020

10 años del Mundial de Sudáfrica. Así lo viví yo...

Hoy hace 10 años que la selección española de fútbol se proclamaba por primera vez campeona del mundo en el Soccer City de Johanesburgo en Sudáfrica. Muchos, durante años, pensamos que nunca lo viviríamos, tras un sinfín de sinsabores, decepciones  y derrotas de todos los colores, siempre sin conseguir pasar el Rubicón de los cuartos de final. Dos años antes, ya habíamos acabado con aquella maldición en los penaltis ante Italia, pero un Mundial eran palabras mayores.



Hoy hace 10 años me desperté en Buenos Aires. Estaba de Luna de Miel, tras haberme casado una semana antes el día del partido de Cuartos de Final contra Paraguay, para desgracia de todos mis amigos, que tuvieron que sacrificarse sin verlo, y casi sin oirlo, pues la cobertura en aquel idílico paraje cerca de Sigüenza no era precisamente digna de Sillicon Valley. Esa misma tarde, cogíamos un vuelo que nos llevaría a Auckland (Nueva Zelanda) en la siguiente parada de nuestro viaje. A las 15.30 hora local empezaba la final, pero yo tenía todo controlado.

Madrugamos para ir a visitar San Telmo y su mercado, donde me hice con unos imanes de Maradona con la camiseta de Boca que todavía presiden mi nevera para las cervezas en casa. Habíamos reservado para comer en un restaurante elegante cercano al hotel, donde dimos cuenta de la última provoleta y el último bife en tierra argentina. A las 2 nos esperaba un coche para llevarnos al aeropuerto y tener tiempo para ver allí el partido. Pero el trafico de Buenos Aires comenzó a conspirar para que yo no llegara a ver el partido, y tardamos más de una hora en llegar. Tras facturar las maletas nos dispusimos a pasar el control de seguridad, ya con el tiempo justito.

Allí, ni Fast Track ni historias, una cola descomunal única que se tragaría mucho más del cuarto de hora escaso que me quedaba para el comienzo del paritdo.  Ataviado con la camiseta de la selección, enseguida divisé a un policia argentino que manejaba el control. Me acerqué a él, y le dije: "en 10 minutos empieza la fina del Mundial, la primera y posiblemente última que pueda ver a mi seleccion, déjanos pasar, por favor". El tipo, me miró, y llamó a un par de policias más que nos dejaron pasar sin más demora. Desde aquí mi agradecimiento eterno a aquel policia.

Aun tardamos algo en que nos declarasen aptos y teníamos que llegar a la Sala donde tenía pensado ver el partido, y corriendo por los pasillos, llegamos casi a los 10 minutos de partido, pero allí estábamos. Solos ante una buena pantalla de unas 45 pulgadas, y con tanto nervio por la final y por el accidentado trayecto, comencé una simpática ingesta etílica que comenzó con un par de cervezas locales y desembocó en unos whiskis con coca-cola a partir de la segunda parte. Durante el partido, apareció un matrimonio español, que desapareció antes de la prorroga, pero yo no estaba para vida social en esos momentos.

Ya en el descanso de la prórroga, envalentonado por el alcohol y los nervios le dije muy seguro a mi mujer que si llegaban a los penaltis, sintiéndolo mucho, perdíamos el avión, pero yo no me podia ir de allí sin verlo resuelto. Lo que ella quizás no sabía es que el siguiente vuelo a Auckland era dos días después, que yo lo había mirado ya para cambiarlo cuando pasamos a la final.

Y llegó el momento. La sala ya estaba bastante llena, pero yo no me había dado ni cuenta, pues estaba solo delante de aquel televisor. Marcó Iniesta, y emprendía una carrera arriba y abajo de la sala, gritando como un poseso ante la mirada de todos aquellos guiris en su mayoría. De repente, contra todo pronóstico, empezaron a aplaudir, cuando lo lógico es que hubieran llamado a seguridad y no hubiese visto el final del partido, además de algún tipo más de consecuencias indeseadas que mejor ni pensar.

Acabado el partido, más carreras por los pasillos para coger el vuelo, que estaba a punto de despegar. Un vuelo de LAN que hacía escala en Santiago de Chile antes de las 14 horas de vuelo atravesando el pacífico hasta Nueva Zelanda. Llegamos los últimos al avión, y al vernos con las camisetas, nos dieron una botella de Champagne para que pudiéramos brindar y sentir que éramos Campeones del Mundo.

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