martes, 14 de noviembre de 2017

Italia fuera de un Mundial 60 años después

Ayer fue sin duda un día histórico. Histórico, porque posiblemente ninguno de los, pocos pero importantes y muy futboleros) que lleguen a leer este post habrán vivido una situación como la que provocó el partido de anoche en San Siro: un Mundial sin Italia. Y es que cuando empiece el Mundial en Rusia el próximo verano, habrán pasado nada más y nada menos que 60 años desde la última ausencia transalpina en un Mundial, el de Suecia de 1958. El Mundial de los 13 goles de Just Fontaine, el Mundial que nos mostró a Brasil de un Garrincha dominador, y de un chico de 18 años que venía para dominar el mundo durante los siguientes 15 años, Pelé, convirtiéndose en la primera selección en ganar fuera de su continente. Figuras que quedan absolutamente lejanas en la historia del fútbol, y que dejan a las claras la dimensión del acontecimiento que estamos viviendo: Italia fuera de la fase final del Mundial.



Ayer mismo tuiteaba cuál era mi primer recuerdo de Italia en los Campeonatos de Mundo. El gol de Graziani en Balaidos a N´Kono en la fase de grupos del Mundial de España, que servía para clasificar a la selección transalpina, que acabaría ganando aquel campeonato, para la segunda fase tras dos empates en los partidos anteriores. Fue un buen cabezazo en parábola, que contó con la ayuda de un desafortunado resbalón del meta camerunés, que hasta ese momento se había mostrado inexpugnable y que paradojas de la vida es el ídolo del mito que ayer entre lágrimas se despedía de la selección de su país: Gianluigi Buffon.

Ya desde aquellos tiempos del Mundial'82, en que el primigenio Culé de Chamberí, mi padre, por motivos de trabajo tuvo que exiliarse a Valencia, llevándose a toda la familia con él, y empezando a bombear balones a su hijo en la playa de la Malvarrosa cada domingo mientras en el coche sonaba el Carrusel Deportivo, servidor ya era un portero vocacional, y en los últimos 35 años, he visto pasar a figuras legendarias, todas de primer nivel por la portería de los azzurri. El primero fue el imponente y sereno Dino Zoff levantando la Copa del Mundo, después vinieron el interista y algo histriónico Zenga, el espectacular Pagliuca, el gigantón parapenaltis Toldo y en los últimos 20 años, él, Buffon, toda una leyenda, dentro y fuera del terreno de juego, y cuyas sentidas lágrimas encogieron el corazón de todos los aficionados del futbol anoche.

La selección italiana de fútbol seguro que nos retrotrae en nuestros primeros recuerdos, tengas la edad que tengas, a un éxito o al menos a una capacidad competitiva tan envidiada por parte de una gran parte del orbe futbolísitico; es decir todos, excepto, quizás, Alemania. Sin embargo, es difícil que tus primeros recuerdos de Italia te vengan como un amor a primera vista, como podría pasar si hablamos de otras selecciones o equipos. Y es que Italia siempre ha vivido orientada a la eficacia, al resultado. Y eso es algo que en una sociedad tan sumergida en la estética como la italiana, tan cuidadosa con la belleza históricamente, ya sea en la pintura, en la escultura, en la arquitectura, en la música, en la música, o, últimamente, en la moda... siempre me ha resultado algo contradictorio, díficil de entender. Pero, hasta ayer, les funcionaba.

En mis primeros recuerdos, Italia, su fútbol, sus equipos, sus estadios, eran algo grandioso, ante lo que muchos nos empequeñecíamos inconscientemente. Recuerdo la eliminación de la Juve a manos del Barça en la Copa de Europa de 1985-86, celebrada casi más que un título. Esa Juve o la de Lippi, el Milan de Sacchi y Capello, el Inter y equipos en quizás una segunda línea como Roma, Lazio, Sampdoria, el Parma millonario de la Parmalat, parecían equipos casi inalcanzables para sus pares españoles. Hoy, emparejarte a un equipo italiano es casi sinónimo de victoria.

Y es que, en los últimos quizás 15 años, con las excepciones del Mundial de Alemania y el infumable Inter de Mourinho, Italia se ha ido empequeñeciendo a ojos de todo el mundo. Sus estadios, cada vez más vacíos, sus clubes cada vez más arruinados, y sus jugadores cada vez menos talentosos, ya incapaces de darle el necesario contrapeso a sus siempre rocosas defensas. Quizás aquel Mundial ganado en los penaltis a la ya veterana Francia de Zidane y compañía, fue en realidad un canto del cisne, que fue confundido con un renacimiento que el tiempo se ha encargado de desmentir, porque, no olvidemos, en los últimos dos mundiales, Italia no fue capaz de superar la fase de grupos de la fase final, algo inaudito también.

Esta mañana, escuchaba a Enzo Maresca, el exjugador del Sevilla, expresarse en estos términos también, con una claridad, dureza y convencimiento imponentes. Veía, sin embargo, ante la magnitud de este terremoto, una oportunidad para que el fútbol italiano, sus estructuras, sus dirigentes, pudieran reinventarse y llegar definitivamente al siglo XXI, y así poder competir a medio plazo con las grandes potencias a las que décadas atrás tuteaban y, las más de las veces, solían someter. Ojalá, alguien le escuche, porque a pesar de todo, un Mundial sin Italia, para todos los que vivimos el fútbol con intensidad, siempre será menos Mundial. Y esto no se puede volver a repetir.

Y vosotros, ¿qué primeros recuerdos tenéis de Italia?, ¿os alegráis de su fracaso, o la echaréis de menos el próximo verano?

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