miércoles, 28 de febrero de 2018

¡¡Ahora, Quini, ahora!! Nunca nadie tuvo mejor ídolo.

Se ha ido. Su corazón, tan grande que no le cabía dentro de ese corpachón venido a menos con los años, dijo basta. Tras superar un cáncer, durante cuya recuperación mantuvo en vilo a toda la afición futbolera del país, parecía que estaba casi para saltar a jugar el próximo domingo en El Molinón, pero desafortunadamente, un infarto se lo ha llevado. Y con él se va un enorme trozo de mi infancia, pues fue, sin duda, mi primer ídolo futbolístico.



Su figura de azulgrana festejando un gol de manera tan respetuosa con aquel salto, su 9 a la espalda, el de mi primera camiseta del Barcelona, la primera de Meyba, se me viene a la cabeza desde anoche sin parar. Me enteré de casualidad. Una cuenta que suele publicar fotos históricas del Barcelona, @BarcaHistoric, me etiquetó en una foto del Brujo, y yo, como siempre respondí "mi primer ídolo". De repente, se acumularon los me gusta a aquella foto, y me enteré de la terrible noticia.

Ídolo inigualable en el Sporting, llegó al club en 1968 tras haber goleado al filial sportinguista con el Ensidesa Avilesino, en cuya empresa trabajó su padre. Enseguida Carriega le hizo un hueco, y allí consiguió 3 Pichichis en Primera División, aparte de otros dos en Segunda, en los ascensos de 1970 y 1977. En 1970, junto a su malogrado hermano Jesús Castro y algún otro compañero consigue el Campeonato de Europa Amateur (análogo al actual sub-21), endosándole 4 goles en la semifinal a la anfitriona Italia. Podemos afirmar sin temor a equivocarnos que es el mejor jugador de la historia del Sporting, al que volvería para cerrar su carrera desde 1984 a 1987. ¡Cuantas veces la mareona gritó aquel mítico: "ahora, Quini, ahora"!

Quini finalmente fichó en 1980 por el Barcelona, que había intentado anteriormente su fichaje, pero el derecho de retención que poseían entonces los clubes al subir una modesta cantidad el sueldo del jugador, lo había impedido. Llegaba para sustituir a Krankl, el goleador de Basilea; otro ariete muy querido, bota de oro, que se había ganado el corazón de los azulgranas cuando en un accidente de tráfico en Barcelona, su mujer, que estuvo días entre la vida y la muerte, recibió una avalancha de donaciones de sangre de barceloneses anónimos solidarizándose con el austriaco. Sin embargo, pese a aquel convulso Barça de inicios de los ochenta, enseguida con su juego y su carácter afable y cercano se ganó al Camp Nou.

Yo me aficioné al fútbol de verdad a principios de 1981, y la práctica totalidad de mis primeros recuerdos del Barça tienen a Quini como máximo referente. Su secuestro, meses después, tras marcar un doblete ante el Hercules en el Camp Nou, cuando el Barça iba lanzado en búsqueda del líder Atlético para hacerse con la Liga, lo recuerdo tan doloroso como si le hubiera pasado un familiar. Tanto, que mi padre, el primigenio Culé de Chamberí, me llevó por primera vez al Camp Nou el día que Quini repareció tras su secuestro.

Son todos mis primeros pasos en el barcelonismo. Mi primer título como azulgrana, en junio de aquel año con sus dos goles en la final a su equipo del alma, el Sporting;  el primer Madrid-Barça con un magnífico gol de vaselina a Agustín; el gol 3.000 del Barcelona en Liga ante el Castellón; la Liga de Lattek del 82 en la que marcó 26 goles, pérdida increíblemente en las últimas 6 jornadas con 7 puntos de ventaja, y no volviendo a ganar un partido hasta el final; la posterior victoria en la Recopa de aquel año, marcando el gol de la victoria que no pudo coger la realización de televisión, en pruebas para el Mundial de España. Todo permanece en mi recuerdo impregnado con el aroma inconfundible de aquel Quini con el 9 a la espalda.

Por ello, anoche, se me fue un trozo de mi infancia; feliz, inocente, siempre envuelta en azulgrana. Quini es de aquellos rara avis que reciben en vida el cariño y el reconocimiento que normalmente solo le llegan a uno cuando fallece. Y es que, en este país, donde no se perdona el éxito, nunca nadie tuvo una mala palabra para referirse a él. Su incomparable bonhomía, que le llevó incluso a perdonar a sus secuestradores, la cercanía en el trato indiferentemente de la condición del otro, y el optimismo que desprendía le hacían todavía más grande. Y eso que, en vida, hubo de superar no pocas desgracias personales: además de su secuestro, su hermano, histórico portero del Sporting, falleció en una playa cántabra tras salvar del ahogamiento a varias personas, y superó el cáncer con entereza. Siempre afrontó la vida con una sonrisa y bromeando, su otra pasión, como bien pueden dar fe sus compañeros de equipo.

Ayer se fue el paradigma de ese fútbol que a veces añoramos los nostálgicos. Un jugador al que el Bernabéu no pitaba pese a marcarle goles de manera compulsiva. El vivo ejemplo de lo que querríamos que fuera un ídolo en la vida civil, alejado del egocentrismo, de tatuajes, contratos publicitarios, rajadas contras entrenadores, compañeros o árbitros. Un señor, que anoche dejó huérfano al niño, que todo aficionado al fútbol siempre llevaremos dentro. Y es que nadie nunca tuvo mejor ídolo que yo.




2 comentarios:

  1. Qué bonito homenaje, chapeau.
    Mi primer ídolo fue Santillana.
    A falta poder rememorar con tanto detalle y viveza esos primeros recuerdos futboleros de la infancia, leyéndote me has hecho sentirlo de nuevo. Gracias

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  2. Gracias a ti, amigo Fabas!
    Santillana, me amargó mi primer Madrid-Barça en directo. Qué pedazo de delantero, y que pedazo de salto y remate de cabeza tenía.
    Ya me merece la pena escribir, si consigo evocar esas sensaciones de dientes mellados y bollycaos ;-)

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